
A mediados de los ’90 se produjo una súbita explosión de interés por el rock alemán de los ’70 en la prensa anglosajona. La punta del iceberg fue, sin duda, el krautrocksampler (1995) de Julian Cope. El bueno de Julian escribía con entusiasmo desbordante acerca de las bandas que habían marcado su adolescencia en Tamworth. Y no por casualidad eran estas -Can, Faust, Tangerine Dream, Ash Ra- las que habían firmado con el sello británico Virgin en el momento preciso (1973-1974) en que la creatividad inicial del rock germano mostraba las primeras señales de agotamiento. Un capítulo introductorio y otro sobre Can habían aparecido como anticipo en el mensuario de música experimental The Wire. Poco después, su librito generó un verdadero boom. Desde entonces, muchos no hacen más que repetir sus puntos de vista, fuertemente subjetivos y bastante sesgados.
Para Cope, el rock alemán de la época se reducía a unos pocos grupos asociados entre sí. Además de los ya mencionados: Kraftwerk, Neu!, Cluster, Harmonia, Popol Vuh, Amon Düül I y II, Guru Guru, Witthüser und Westrupp, Klaus Schulze y la saga de los Cosmic Jokers. A Agitation Free lo liquidaba en una nota al pie, de Xhol Caravan no decía una palabra y a Embryo lo despreciaba sin demasiada ceremonia. Hay que admitir que más tarde, en su web http://www.headheritage.co.uk/, iría descubriendo a muchos otros (Sand, German Oak, Hairy Chapter, A.R. & Machines) que por entonces desconocía. Quizás fuera esta la razón de su testaruda negativa a reeditar un texto que se agotó al poco tiempo y que rápidamente fue traducido al alemán, al francés y al italiano.
Cope leía el krautrock como un derivado de la contracultura de los ´60. Pero no hacía ningún esfuerzo por descubrir sus rasgos específicamente alemanes. Así, por enésima vez, el kraut se reducía a unas cuantas bandas notables, se lo arrancaba de la coyuntura histórica específica y se lo convertía en un fragmento atemporal de la imaginación británica. La misma denominación kraut era despectiva, aunque los propios alemanes se la hubiesen apropiado de manera irónica. Era el modo en que los anglosajones se referían a sus enemigos germanos durante la guerra. Peor aún, para Julian el krautrock era, en última instancia, el antecedente pionero del punk (y el post-punk) que vendrían a renovar la adormilada escena inglesa.
Resulta ocioso tener que aclarar que no se trataba de ningún punk avant la lettre. Pero semejante operación, la de inventar una escena e interpretarla en clave de etnocentrismo british, no carecía de antecedentes incluso en los tiempos (supuestamente prehistóricos) previos a los Sex Pistols (y a Margaret Thatcher). Ian MacDonald hablaba ya en diciembre de 1972 de “la escena rock más extraña del mundo”. Lo hacía en una serie de artículos para el New Musical Express bajo el título de “Germany Calling”. Pero a diferencia de Cope, además de los conocidos de siempre, el autor del célebre libro sobre los Beatles Revolution in the Head diseccionaba también la música de Xhol, Embryo, Annexus Quam y varios otros. Incluso antes, en abril del mismo año, el periodista Michael Watts publicaba su “Deutsch Rock” en una página completa del Melody Maker. En enero del ’73, firmado por la informada pluma de Jean Pierre Lentin aparecía en Actuel, la biblia de la contracultura francesa, un extenso texto titulado “Le rock allemand enfin!”. Y la revista italiana Ciao 2001 prometía en un número de 1973, sobre una imagen de Popol Vuh: “Pop tedesco- Cosmische (sic) Musik: Musica cosmica, spazi vergini e informali con Tangerine Dream; meditazione elettronica con atmosfere romantico-orientali nei Popol Vuh, Ash Ra Tempel; Preistoria e futurismo con I Kraftwerk; campus music, note politiche in Embryo e Floh de Cologne.” Si hasta el inefable Lester Bangs publicaba poco después sendos análisis sobre Kraftwerk y Amon Düül II.
Como verán, la recepción generalizada del rock alemán flotaba en el aire de aquel entonces. Era el fin del período underground y el comienzo de los tours internacionales de muchos de sus grupos insignia. Cosa que concluiría con la exitosa gira de Kraftwerk por Estados Unidos en 1975, su LP Autobahn al tope de los rankings yanquis y el éxodo de buena parte de las bandas del sello Ohr a Virgin cuando Rolf Ulrich Kaiser cayó en desgracia. Todo esto merece una explicación más detallada que no podemos dar en este contexto. Baste por el momento constatar que la difusión del krautrock era directamente proporcional al agotamiento de sus energías creativas. Y que coincidía en enorme medida con el deterioro de la situación política en la República Federal, que alcanzaría un clímax negativo en el otoño de 1977 con el asesinato del capo del Dresden Bank Jürgen Ponto, el secuestro por parte del Frente Popular para la Liberación de Palestina de un avión de Lufthansa, el secuestro y posterior ejecución del jefe de la Federación de Industrias Alemanas Hans Martin Schleyer y el suicidio de los principales miembros de la RAF -Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan Carl Raspe- en la prisión de Stannheim.
Para ese entonces el krautrock sería apenas un recuerdo. Siguieron saliendo discos. Algunos, no muchos, incluso buenos. Pero lo que se quebró durante esos tiempos aciagos fue la peculiar conexión entre contracultura y radicalismo político que en la Bundesrepublik gozaba de una intimidad desconocida en otros lares. Por eso, la extenuación del kraut corre paralela a la creciente desilusión, la desesperación diría, de una amplia franja de esa nueva izquierda que bajo la forma de Oposición Extraparlamentaria (APO) se radicalizaría en 1967, a raíz de la polémica acerca de las leyes de Emergencia (Notstandgesetze) y el asesinato del estudiante Benno Ohnesorg. El tiempo del rock alemán experimental o progresivo, para bien o para mal, coincidió con ese momento histórico y nada significa si lo aislamos de esas traumáticas experiencias que ilustran tanto sobre sus primeros impulsos como sobre los motivos de su paulatino debilitamiento. Un lazo que todavía era evidente para la periodista Ingeborg Schober cuando escribió su Amon Düül, Tanz der Lemminge: Anfänge deutscher Rockmusik in der Protestbewegung der 60er und 70er Jahre (algo así como “La danza de los conejos: Comienzos de la música rock alemana en el movimiento de protesta de los años 60 y 70”), publicado por primera vez en 1982 y todavía el mejor libro escrito sobre el tópico (recuerdo que Luis Chitarroni me dijo que había una traducción al español, pero de eso fue hace tanto tiempo que probablemente lo haya soñado. En todo caso, jamás di con ninguna versión que no fuera la alemana).
La abundante bibliografía en lengua inglesa sobre kraut en el mejor de los casos proclama esa conexión sin explorarla jamás en profundidad. Prefiere, como Cope en plena actitud punk, oponer las innovaciones germanas al pretensioso y reaccionario discurrir de sus contemporáneos sinfónicos en Gran Bretaña. O como Simon Reynolds, David Stubbs y cía., ocuparse en señalar como un puñado de bandas germanas influyeron en casi todos los géneros de las décadas siguientes: del postpunk al techno, del postrock al electro, del ambient al industrial y así sucesivamente. Tal vez sea hora de que alguien se tome la molestia de escribir un libro al respecto desde otra perspectiva, alejada del fastidioso provincialismo anglosajón. ¿Y por qué no hacerlo desde un lugar tan apartado de este mundo ancho y ajeno como Argentina? Se escuchan ofertas de financiación. Y habrá más rock alemán en el futuro.