Sunday, October 26, 2014

Se ve el corazón pero nunca las caras

Se ve el corazón pero nunca las caras consiste en un grupo de tres instalaciones sonoras que Nicolás Diab está presentando por estos días en el Espacio Ecléctico (Humberto Primo 730) con entrada libre y gratuita. Vale la pena darse una vuelta por allí y el curioso tendrá tiempo hasta el 29 de noviembre.
Ni bien entramos nos recibe una manguera que semeja la trompa de un elefante y cuelga sobre una malla compuesta por pequeños parlantes. El sonido constituye la cicatriz de aquellos que pasaron antes que nosotros y se atrevieron a dejar su impronta. Cada grito, expresión, vacilación o declamación que los visitantes profieren a través de tan elefantiásico adminículo alimenta un programa oculto que va conformando un loop sónico que se modifica a medida que se suceden las contribuciones del público.
La sala intermedia multiplica por doce las mangueras plásticas y entrecruza toda suerte de conversaciones cotidianas. Si se pretende una audición de conjunto, capaz de aprehender los rasgos fugaces de tantos sonidos aleatorios, habrá que recostarse en el suelo. La mayoría prefiere escuchar las mangueras de a una, colocándoselas sobre un oído.

El maravilloso jardín del fondo del Ecléctico es intervenido por un soundscape que se lleva de maravillas con ese insospechado enclave oculto en una de las tantas casas antiguas del barrio de San Telmo. Sonidos naturales reproducidos tecnológicamente compiten con los del entorno por la atención de los visitantes. 


Hay un verdadero encanto en estos pequeños ejercicios interactivos entre sonidos, público y entorno; a años luz de las pretensiones que amenazan con convertir el sound art en otra disciplina dominada por académicos ociosos y galeristas mezquinos. Lejos de la pompa y la circunstancia que tiende a adueñarse de un género al que el insufrible imperialismo del arte contemporáneo se empeña en adoptar, encontramos aquí una combinatoria de vocación lúdica y elogio de la sencillez que recuerda los años dorados del primer Fluxus. Los detalles nimios y las relaciones cotidianas conforman la savia a través de la cuál respiran las instalaciones de Diab. Y en su aparente simplicidad disparan un conjunto de interrogantes que el artista se guarda muy bien de responder: el problema de nuestra escucha fragmentaria en un mundo atiborrado de estímulos auditivos en la segunda, la posibilidad de cuestionar por un momento la venerable distinción entre naturaleza y cultura en la tercera, las dificultades a la hora de afrontar las consecuencias de nuestras propias decisiones en la primera. En fin, la fugacidad de los sonidos y la fijación de nuestras aprehensiones, la memoria y el olvido como los ejes centrales del grupo en su conjunto. Créanme, en la obra de Nicolás Diab hay mucho más de lo que aparenta. Háganse un tiempito para descubrirlo.

Fotografía: Cristina Fangmann