Wednesday, February 25, 2004

El Caribe, más allá del reggae

En una época, fue el predilecto de Bono y de Sting, pero también de otra izquierda más under. La causa de Haití modelizaba más que Sudáfrica, sobre todo porque el apartheid ya había terminado. Antes de Kosovo, fue la divisa de los años Clinton, ese presidente que nunca supo cómo era el mundo más allá de la Oficina Oval. Hoy vemos las ruinas de las cándidas intenciones de los músicos sin fronteras, los abanderados de la no-intervención que arriban sin asombro a la imbecilidad toda vez que pueden. Lo que une a los actores californianos con el rock y el pop de Buenos Aires o Berlín es su insospechada, sincera vocación por la denuncia impuntual, y un entusiasmo que el tiempo se encarga a menudo de desmentir.
Sacerdote desde 1982, a los 29 años, Jean-Bertrand Aristide trabajó en las villas de Port-au-Prince. Este teólogo de la liberación fue el opositor de la dictadura más respetado internacionalmente. En 1990 es elegido presidente con el 67 % de los votos. Seis meses más tarde fue derrocado por las fuerzas armadas, y huyó a los Estados Unidos. En julio de 1994, después de tres años de negociaciones infructuosas con los militares haitianos, el presidente Bill Clinton decide intervenir militarmente la isla. La intervención es autorizada por la ONU. Una fuerza de más de 23 mil hombres se despliega para reinstalar a Aristide en el poder. Nuestro héroe regresa en 1994, después de la intervención militar norteamericana. Abandona los hábitos, y es reelegido presidente en 2000, en elecciones que la oposición denuncia por fraudulentas. Su gobierno, despótico, está a punto de caer.

Sergio Di Nucci

Wednesday, February 18, 2004

Mientras trato de que suban los malditos comments, pueden escribir a esculpiendo@yahoo.com Opiniones, críticas, polémicas, acuerdos y desacuerdos. Todo es bienvenido.

Relaciones Peligrosas

Es casi un cliché insistir en Occidente sobre la vitalidad del comic y de la animación japonesa. Lograron lo que parecía imposible: unir en sincronía continua la música de Daft Punk y una historia sin palabras que se explica por sí sola, y en donde el ritmo electrónico marca la evolución del narrativo. Lo que alguna vez pareció terreno exclusivo de niños cuya soledad no era una opción, hoy, en la provincia de Buenos Aires o en el estado de Nueva York, es reivindicado por gente de toda edad que hacen de este club social una militancia compulsiva. La cantidad de fans impresiona, y ellos mismos se encargan de estar en una campaña de conscripción de socios que no admite deserciones ni distracciones. En los ‘90s, el culto al animé alcanzó proporciones épicas, y como nunca antes proliferaron revistas esotéricas, sociedades secretas, exposiciones babélicas, serios encuentros internacionales y aun ceñudos especialistas en la materia (psicólogos, sociólogos, comunicólogos, reunidos, por ejemplo, en las Fantabaires porteñas o en otros congresos varsovianos o chilangos).
Muchas veces los argumentos son futuristas y apocalípticos, con bandos cerrados en torno a estilizadas, violentas damas de ojos bien abiertos. En el futuro, como en el pasado, está el Diluvio. Y los desenlaces son debidamente míticos. Es por lo menos gracioso imaginar una comparación de cualquier ciclo de animé con la serie de dibujos animados South Park: es la confrontación del mito con el realismo cotidiano, de la omisión sofisticada con la materialidad republicana.
Cuando Occidente probó las delicias de la animación oriental, al menos así dicen ciertos animadores japoneses, les imprimió un valor diferente. Las tiras cómicas nacieron bajo el halo de una convención (desde fines del siglo XIX vienen ilustrando la última página de los grandes diarios). Al animé, en cambio, legiones de fanáticos le atribuyen cualidades artísticas, para nada comerciales. Es cierto: en 1930, Popeye pudo multiplicar el número de latas de espinaca vendidas. Bien 90s, Evangelion hizo crecer el de aspirantes a héroes melancólicos, ávidos por esa chica mechuda, de porte díscolo y cuidadas medidas.

Sergio Di Nucci

Sunday, February 15, 2004

Born in the USA. Letra y música: ¿Censura en Estados Unidos?


Famosamente, la primera enmienda de la Constitución norteamericana protege la libertad de expresión.
Pero si en el país de las empresas libres la censura no es una cuestión del Estado, los particulares se ocupan de coartar la publicación de noticias de manera nunca ineficaz. Todos los compradores de CDs del mundo conocen las advertencias ñoñas de una asociación de madres alarmadas, liderada por la esposa de Al Gore, que advierte sobre los contenidos explícitos que detrás del plástico encierran las canciones. ¿Se trata entonces del hit Big Brother -de ese Estado malicioso y retentivo- o de la sociedad civil de la primera potencia, el conglomerado de madres y tías que bregan por la inocencia de sus hijos y sobrinos? Por todo esto, para que la opinión pública de Estados Unidos se entere de lo que no le dejan oír ni enterarse, la universidad estadual de Sonoma, en el estado de California, publica un ranking anual de los 25 temas más censurados por la prensa gráfica en el último año.
En la ciudad californiana de San Rafael fue presentado el libro Proyecto Censura 2004 compilado por los académicos de Sonoma. Como era de esperar, el porqué de la censura es económico antes que abiertamente político. Las 400 páginas de Proyecto Censura investigan lo que llaman “apagón informativo”. Sin necesariamente encarcelar periodistas o músicos o videastas, sin cerrar diarios o canales de televisión, el apagón afecta de manera material la libertad de publicar la ideas por la prensa o por medios sonoros, pero también, y acaso más especialmente, la libertad de información de la ciudadanía. El Top 25 que confecciona la Universidad busca dar cuenta de cuáles son los temas que más intensamente molestan por su tozudez a las corporaciones que dominan los medios.
Desde los años del escándalo Watergate, que en 1974 provocó el juicio político y la renuncia del presidente Richard Nixon por espiar a la oposición demócrata, la universidad de Sonoma publica con obstinación inquebrantable su ranking de censurados. Con la aparición de la red de redes en la década de los 90, los artículos censurados (como cualquier otra información, sonora o no) se pueden ubicar en un website y pueden ser leídos por los norteamericanos. La alianza del internet con las fuentes de información alternativas acaso sea óptima, pero la acción de los universitarios de Sonoma continúa impertérrita.
No menos de 90 enseñantes de sociología intervienen con entusiasmo en la detallada confección del informe anual. El último año lograron "nominar" nada menos que 300 notas censuradas entre unas 700.
El venerable profesor de Sonoma, Sir Peter Phillips, y otros de los autores de las partes “teóricas” de Proyecto Censura explican un mecanismo simple de autopreservación económica de los medios. Los multimedios son sensibles a las grandes industrias. Más aún, muchas veces pertenecen a los mismos grupos que venden armamentos, petróleo (sea de Texas o del Golfo Pérsico), o tienen otros lazos comerciales vinculados a las acciones más espectaculares –justamente, más “mediáticas”- del gobierno norteamericano. Es por ello que el Proyecto Censura rastrea su Top 25 en medios pequeños, locales, indies, alternativos, y aun, por fuera de la prensa gráfica, también en websites, blogs, radios e incluso en cadenas de TV de pequeños colectivos. En Estados Unidos, la Comisión Federal de Comunicaciones ha ido suprimiendo las sucintas regulaciones federales que ponían límites más bien escasos al negocio de la comunicación desde los tiempos del New Deal de Franklin Delano Roosevelt en la década de 1930.
Cada versión anual del Proyecto Censura se convierte, por supuesto, en un libro cuya aparición misma es, muy consecuentemente, censurada o ninguneada por las reseñas de los grandes diarios. “En 27 años, nunca lo mencionó The New York Times”, señaló Phillips. “Por algo será”, retrucó Robert Silvers, editor de la New York Review of Books, con una inevitable ironía New England.
Una editorial neoyorquina, Seven Stories, ya le publicó a Sonoma diez volúmenes, uno por año, traducidos a numerosos idiomas. Son tiradas de 25 mil ejemplares con un precio individual de 25 dólares: un precio elevado si se tiene en cuenta la sincera y ardiente voluntad de que las noticias censuradas lleguen a todos. Los artículos pueden consultarse (en inglés) en project censored.org

Sergio Di Nucci

Thursday, February 12, 2004

Una postal sociológica
New York's gentrification

Malas pasadas que me juega mi gusto ecléctico. El sábado fui al Village Vanguard a ver al quinteto de Dave Douglas. El polifacético Uri Caine en piano Fender, la experiencia de Chris Potter en saxo tenor, el propio Douglas en trompeta y la base rítmica que lo acompaña en los últimos tiempos: James Genus en contrabajo y Clarence Penn en batería. Presentaban Strange Liberation, segunda placa de la banda con Bill Frisell de invitado.
Sería injusto decir que fue un mal concierto. Había duetos interesantes entre Douglas y Potter, el Rhodes de Caine llenaba los espacios con categoría y savoir faire y Penn desbordaba entusiasmo sobre la batería. Sólo Genus parecía algo contenido. No obstante, salvo un crescendo ralentado y melancólico promediando el set, el resto me dejó bastante impertérrito.
Me había pasado otras veces. Una de ellas, con Joe Lovano, Paul Motian y Frisell. Aunque como la estrella de esa noche era Lovano -que no es santo de mi devoción- asumí que allí radicaba la causa de mi malestar. Cuando ví a Frisell con Tony Sherr y Kevin Wollensen tiempo después me pareció espléndido. Como cuando estuvo en Argentina. De Douglas recordaba la música para la compañía de danzas de Trisha Brown que el compositor archivó en formato digital bajo el nombre de El Trilogy -adquirible via mail order en downtown music gallery- y que funcionaba de maravillas con la coreografía.
Si el problema no eran los músicos, debía ser el lugar. En el Village Vanguard uno paga la leyenda. Que por ese subsuelo hayan desfilado Miles Davis, Sonny Rollins, Charles Mingus y tantos otros monstruos. Pero la misma política se aplica en Iridium, Blue Note, B.B.King y muchos otros clubes neoyorquinos de jazz: entradas caras, consumisión obligatoria de diez dólares, mesitas por doquier y una insoportable sensación de urbanidad. Con un público cuarentón, de buen poder adquisitivo, que aplaude todos los solos con fervor religioso y cuya intrascendencia burguesa termina por contagiar a los músicos.
Contratos son contratos, y supongo que una residencia de cinco días en el Vanguard debe estar bien paga. Aunque la banda deba ejecutar tres sets los sábados y un par los demás días. Eso sí, nada de exabruptos. Todo transcurre con la mayor solemnidad -salpicada con alguna broma que demuestre las dotes del anfitrión- y en el respeto más reverencial. Fuimos, escuchamos buena música y todos contentos, a casa o a cenar. Total, "la nanny ya debe haber acostado al pequeño".
La escena de jazz en Nueva York se ha aburguesado. Un proceso al que tampoco el rock es ajeno y sobre el que informaremos en su momento. En la gentrification de la gran manzana mucho tienen que ver el incremento estratosférico de las rentas y la "aplaudida" política de mano dura del ex alcalde Giuliani. El nuevo alcalde continúa la cruzada con un target bien ridículo: los pobres fumadores. Lejos están los tiempos en que a William Parker se lo conocía como the major of the Lower East Side por aventurarse en sitios que la mayoría de los neoyorquinos no se atrevían a pisar. Y es la mejor demostración de que el jazz supo ser otra cosa. Alejada de este irritante decoro de clase media blanca, de esa convención que respetan tanto los músicos y cuya sola consecuencia es el aburrimiento más supino. En los clubes todo se ha vuelto institucional y previsible, de un profesionalismo gris y un virtuosismo soso. Si persiste alguna energía, hay que buscarla en la escena de improvisación libre y en cierto underground.
Quienes buscan excitación, que la música despierte los sentidos, profundice la sensibilidad y apuntale la inteligencia, no la encontrarán aquí. Aunque Thelonius Monk y Miles Davis sufran desde el más allá.

Tuesday, February 10, 2004

Un tal jazz
Pablo Ablanedo Octet. Alegría.
Fresh Sound

Otro argentino lejos del país. Hace años que Pablo Ablanedo se encuentra radicado en Boston. Como tantos otros, llegó en su momento para estudiar en el famoso Berklee College of Music. Y a juzgar por el inmenso trabajo que despliega en Alegría, debe haber sido un alumno aplicado. Pablo se encargó de escribir las partituras para cada uno de los instrumentos del octeto. El resultado es un excelente disco de jazz que apela a procedimientos compositivos clásicos y a una saludable preponderancia de ritmos folclóricos autóctonos.
Hay mérito en esta síntesis. Las líneas melódicas son claras y se graban en la memoria gracias a su repetición alternada por parte de los diversos instrumentos. El esquema de llamada y respuesta es típico de la tonalidad clásica, pero Ablanedo demuestra una asombrosa facilidad para construir cánones y contrapuntos que aprovechan la ductilidad tímbrica de los ejecutantes. La melancolía se adueña de los temas lentos. Aquellos más acelerados, en cambio, coquetean con ritmos tradicionales como la chacarera y el malambo.
Abunda el espacio para los solos y algunos son especialmente notables. Mención especial para el solo de violín de Jenny Scheinman en “Coral”, de una ductilidad y expresividad tan extraordinarias que lograría emocionar hasta a las rocas. Pero es en la perspectiva de conjunto donde sobresalen las composiciones. El ensamble suena realmente afiatado y el piano del propio Ablanedo jamás es intrusivo, despojado de toda pretensión de lucimiento personal.
Un experimento con el himno nacional argentino le concede al album la nota avant-garde. Ablanedo susurra sus dos primeros versos y Ernesto Klar los procesa en su laptop junto a su aliento y a su saliva. La repetición obsesiva de la palabra “libertad” adquiere un efecto ominoso, ayudada por la orquestación electrónica. No puedo sustraerme a la incómoda sensación de que ese supremo valor que el himno reitera con tanta vehemencia parece cada vez más lejano.
Por lo demás, Alegría trasunta desde el título cierto optimismo y un considerable fervor por la creación musical. Y debemos admitir que su entusiasmo es realmente contagioso.

Norberto Cambiasso

Thursday, February 05, 2004

Las estructuras elementales del terrorismo

La idea de que los sólidos pilares de Occidente son impotentes ante las embestidas del arte fue en sus orígenes del todo romántica, en el peor sentido de un término sin otros atributos. Fue defendida desde barricadas políticas o filosóficas que se disparaban a muerte entre ellas. En la década de 1930, cuando el panorama del mundo sugería que el capitalismo y las democracias liberales habían dejado de ser un destino, interminables intelectuales de izquierda y derecha celebraron el fin del universo. Ni particularmente fervorosa ni militante ni siquiera atractiva fue la fe de quienes defendieron, a la vez, el arte pop y la democracia representativa. En la vereda de enfrente, poco importaba si fascistas y bolcheviques exaltaban un futuro más glorioso y más jerarquizado que el mejor de los pasados o un porvenir sólo sujeto a dictaduras de soviets piqueteros o de centralizados partidos proletarios. Por un momento, los perfectos esponsales a distancia entre artistas reaccionarios, nazis o comunistas parecieron tan inexorables como indesctructibles. Los ataques que efectuaron al capitalismo resultan hoy curiosos, incomprensibles, rotundos, irreductiblemnte ajenos a su tiempo y al nuestro.
En algún punto (y es sólo en algún punto), el compositor alemán de vanguardia Karlheinz Stockhausen revivió este clima de época cuando en septiembre de 2001 ofreció en Hamburgo, alejado de la escena del crimen, una meditada conferencia sobre los atentados a las Torres Gemelas. A poco menos de una semana de los ataques, Stockhausen sentenció que “fueron la mayor obra de arte jamás hecha en todo el cosmos. Ahí tuvimos a personas concentradas en esa performance, y luego, bueno, cinco mil de ellas fueron despachadas hacia la eternidad, en apenas un instante... Yo no podría hacer eso nunca. En comparación, nosotros, como compositores, no somos nada".
Porque el tema parece hoy ineludible, la Universidad de Chicago acaba de publicar un libro cuyo título es, él mismo, una invitación a la polémica: Crimes of Art and Terror, del famoso crítico marxista Frank Lentricchia y Jody McAuliffe. La estructura del libro busca ser igualmente polémica. Los autores agrupan a celebridades de los últimos 200 años en especies de diálogos, repletos de sentencias y opiniones. La técnica de tijera y plasticola sorprende con sus hallazgos, pues de pronto el poeta de la naturaleza William Wordsworth aparece conversando plácidamente sobre terrorismo con Theodore Kaczynski (alias Unabomber). Después de todo, los dos intelectuales opinaban que la revolución industrial fue “un desastre para la raza humana”. Hay muchos más diálogos. Con un estilo pseudo literario, los profesores Lentricchia y McAuliffe, se las ingenian para satisfacer el sueño húmedo de Bret Easton Ellis (charlar con Dostoievsky), y para que el inmigrante polaco Joseph Conrad departa con el italo-norteamericano Francis Ford Coppola. La obra de arte del libro es, sin duda, el diálogo entre Heinrich von Kleist y Mohammed Atta, digna de inspirar una ópera-consuelo a Stockhausen. El poeta romántico alemán, que se suicidó con su novia en 1811, dialoga con el artista del suicidio del 11 de septiembre de 2001, el islámico no menos lúcido ni suicida, que murió derrumbando el World Trade Center a bordo de un desviado avión comercial. El capitalismo no colapsó. Sin embargo, muchos fundamentalistas y progresistas -los fascistas y comunistas de 2004- aceptaron que las vidas de unos cuantos miles de inmigrantes ilegales latinos que fregaban los pisos a las nueve de la mañana fueran el precio para un golpe mortal.

Sergio Di Nucci

Monday, February 02, 2004

Mucho más que CDs. La música de Dennis Bathory - Kitsz

Mientras seguimos rastreando el universo musical en busca de sonidos aventureros o innovadores que toman la forma de innumerables CDs, siempre hay alguien dispuesto a sorprendernos con estrategias que ponen en jaque nuestra forma de ver las cosas.
Dennis Bathory- Kitsz es un excelente ejemplo de compositor independiente que comenzó a trabajar en los años Sesenta y que en la actualidad nos permite un acceso casi irrestricto a la totalidad de su obra. En la mejor tradición de los compositores "mavericks" norteamericanos, DBK ha consolidado una fuerte personalidad creativa que se remonta a sus días de estudiante autodidacta de composición, un personaje que no cuadraba con el estándar para las bandas de garage en los suburbios de Nueva Jersey y cuyo mayor interés era ver modos de cómo "inventar" música. Durante las décadas siguientes, Bathory comenzó a producir una afiebrada cantidad de composiciones para cualquier forma y/o combinación instrumental imaginable. En los setentas se sumó a la explosión de los sintetizadores y compuso piezas electroacústicas con un salvaje sentido de la forma, construyó instrumentos que harían sonrojar al propio Bart Hopkin y se sumó al colectivo de perormance post - Fluxus Trans/Media Arts Cooperative donde experimentó con sensores de luz aplicados a rosas y sistemas de realimentación sonora por multicanales. Algo más adelante, escribió piezas de performance como su insólita Teething Rings, para bebés llorando y niñeras o la desopilante The Lithuanian Liniment March, que incluye versiones para piano o banda de metales. El ritmo alocado del inventor dió paso a operetas multimedia (o intermedia, por ser fieles a la definición de Dick Higgins) Plasm over ocean (1977) y en 1978 Missa da Camera donde investiga un procedimiento de expansión y contracción de lineas melódicas que comienzan juntas pero divergen a distintos tiempos. Continuaron las obras para todo tipo de instrumentos así como la construcción de nuevas "máquinas" electroacústicas y en 1985, su monumental Mantra Canon para gran ensamble fue un peculiar ejercicio de tensiones entre minimalismo y maximalismo. En los noventas, su trabajo se orientó a la música electroacústica , con uso exhaustivo de samplers y recursos gestuales propios de una composición fiel a sí misma y alejada de los convencionalismos que uno puede esperara de la música electrónica de laboratorio.
Asociado con el compositor David Gunn desde los días posteriores a Trans/ Media, Dennis Bathory ha fundado un proyecto de increíble valor para la difusión y circulación democrática de música contemporánea y experimental. Se trata de Kalvos & Damian Music Bazaar y del Kalvo Net, projectos radiales que llevan ya cerca de 400 shows con obras y reportajes a muchos de los creadores de música más interesantes de la actualidad. Los shows y la música están disponibles en kalvos.org
Por si quedaba alguna duda del espíritu que alienta al proyecto, debe decirse que el título de este comentario se basa en que toda la música de Dennis Bathory Kitsz está almacenada en su sitio web y puede ser bajada sin ningua restricción como MP3. Baste decir que él mismo ofrece un CD a precio módico para ahorrar tiempo de bajadas y que reúne 11 horas de música! (por supuesto, en el sitio hay mucho más si se considera que su catálogo completo abarca unas 404 obras según la compulsiva cuenta del compositor hasta el 13 de Enero de 2004. Para aquél más interesado aún, debe decirse que increíblemente tambien pueden bajarse sus partituras como archivos .pdf o incluso las partes de cada instrumento pueden ser copiadas por separado.
En el mundo de la música contemporánea, donde el "ego trip" ha sido una de las peores enfermedades a lo largo de su historia, el trabajo incansable de DBK marca un antídoto tan polémico como efectivo. Para ilustrar un poco más el pensamiento del compositor, encontrarán valiosos ensayos por él mismo con temas tan provocativos como "Es Tiempo de Enterrar a los Muertos" , donde sienta posiciones sobre la música clásica "histórica".
Si tienen curiosidad por conocer a unos de los más prolíficos y peculiares compositores de música actual sólo deben seguir el link a maltedmedia.com y verán mucho más que éste comentario. Mientras tanto, seguiré esperando a que Dennis Bathory- Kitsz nos sorprenda al concluír su ya avanzada opera sobre la vida de la condesa vampiro Elizabeth (Ersbeth) Bathory, aquella que se bañaba en la sangre de jóvenes vírgenes y que habría sido una lejana pariente del compositor en la antigua Hungría.

Daniel Varela