Al principio fue apenas un lamento, uno de esos textos de cuya cuidadosa ejecución saben dar prueba las mohosas paredes de nuestros nunca bien ponderados baños públicos. “Algunos vienen aquí a sentarse y a pensar, otros vienen aquí a cagar y a apestar”. Delicada muestra de observación costumbrista, la métrica elegante de su enunciación y la simetría de su rima melodiosa no bastaron para hacer ingresar la frase en los puritanos manuales de gramática y lingüística. Excluida de las altas letras, habría de llamar la atención de Jean-Baptiste Moulu, un maestro de escuela que a finales de 1971 se empeñaría en transcribirla para órgano electrónico. No estaba solo en tan magna empresa; contaba con la ayuda de Guigou Chenevier, un adolescente escatológico que puntuaba la suave musicalidad de semejante agudeza con ritmos ligeramente fracturados.
Lejos estaba el mundo de sospechar que ese arranque humorístico, de una inutilidad calculada, constituiría la primera, espontánea encarnación de Etron Fou Leloublan, banda francesa que promediando los ’70 haría las delicias de unos pocos enterados y, algo más tarde, accedería al ambiguo parnaso de los grupos de culto de la mano de un movimiento del que cuanto más se habla, menos se sabe: el mítico y mistificado Rock in Opposition.
Hubo que esperar a 1973 para que Etron Fou adquiriera su núcleo estable, ese que guiaría sus desvelos por los sinuosos laberintos de una carrera sin perspectivas (aparentes). Tal la fecha aproximada en que el equívoco se enseñorea de la banda, concediéndole su idiosincrasia más duradera. Moulu había abandonado los cantos de sirena, por cierto bastante inocuos, del star-system rockero para refugiarse en el más confortable y seguro sistema de la Educación Nacional Francesa. Chenevier, junto a otro sobreviviente de la primera época, el saxofonista y actor en partes iguales Chris Chanet, deciden publicar un aviso clasificado donde solicitan un pianista en el estilo de McCoy Tyner y el Mike Ratledge de Soft Machine. Ante lo desmesurado de la pretensión ocurrió lo inevitable: respondió un tal Ferdinand Richard que tocaba el bajo y cuya sagrada fuente de inspiración era, en realidad, Captain Beefheart.
Sin arredrarse ante los imprevistos, Etron hizo de la necesidad virtud y, ya con Richard como miembro estable, debutaron como número de apertura para un concierto de los populares Magma en Grenoble, a finales de ese mismo año. Debe haber sido digno de contrastar la seriedad un tanto épica de estos últimos, con sus crescendos a lo Carl Orff, sus parlamentos operísticos, sus vestimentas oscuras y su universo apocalíptico, con la soltura despreocupada de nuestros amigos y sus historias sobre las miserias levemente ridículas de nuestra vida cotidiana.
Más temprano que tarde empezó a ser claro que el único camino que les quedaba era el de la autonomía. Su ácido sentido del humor no encajaba en las dos líneas que atravesaban la música francesa de la época: cierto pop liviano que copiaba el modelo de sus pares anglosajones y el desbocado planeta de la improvisación más libre, aquel que había convertido a un extranjero como Steve Lacy en héroe parisino. El formato de la banda, un trío de bajo, batería y un saxo que cambió de manos con demasiada frecuencia, tampoco ayudaba al reconocimiento. La base rítmica abandonaba sus funciones características, renunciaba a su rol metronómico, para expandir texturas y melodías. Nada a lo que el rock pudiera acostumbrarse con facilidad. Vivir en una comuna rural no era, por cierto, el menor de los obstáculos.
Así las cosas, algunos otros grupos a los que una merecida fama tomaría después por sorpresa también sobrevivían en los márgenes: Art Zoyd, Univers Zero, Albert Marcoeur y ZNR acuden a mi memoria. Considerando la importancia que conservaban en los ’70 las ideas colectivistas y de producción y organización alternativas, sorprende poco que 1977 sea testigo de la formación de una cooperativa denominada Dupon et ses Fantômes. Una alianza inicial entre Etron Fou y un combo de Chartres llamdo Camizole, a la que pronto se sumarían otras cuatro bandas: Grand Gouïa, Mozaïk, Herbe Rouge y unos intrigantes que se ocultaban bajo la sigla N.A.C.
De esos tiempos esperanzados proviene también el manifiesto de Etron Fou, donde sostienen cosas como que la música existe 24 horas al día, que los silencios entre las notas pueden durar horas y que la información que llena esos agujeros crea la música.
Tamaña capacidad de iniciativa ofrecería al fin su recompensa. Una gira autofinanciada por los EE.UU. los coloca dentro del foco de atención de la prensa gala, tan obtusa para cualquier cosa que escapase al mainstream como la de nuestro país (a excepción de la revista / sello Atem). Y el 12 de Marzo de 1978, en el London New Theatre, forman parte del primer concierto de Rock in Opposition ante una audiencia de escasas 450 personas y en compañía de los británicos Henry Cow, los belgas Univers Zero, los suecos Samla Mammas Manna y los italianos Stormy Six.
En definitiva, quedan seis discos que constituyen su herencia más duradera. Donde se expresa un fuerte ideal, el de la interacción entre la música y la vida cotidiana. Álbumes plagados de transiciones rítmicas y melódicas, de contrastes en la dinámica, historias desopilantes y memorables arreglos de saxo y piano (estos últimos, cortesía de Jo Thirion) También, la participación en Speechless, proyecto solista de Fred Frith. Y una inmensa lista de colaboraciones, discos solistas y grupos paralelos (Les Batteries, Octavo, Bruniferd, Gestalt et Jive, Les i, Zero Pop, Encore plus Grande, Art Moulu y Volapük, entre los más conocidos).
Versión abreviada de un artículo aparecido originalmente en el catálogo de Experimenta ’99.
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