¿Luciano Berio pasado por Henry Cow? Tal fue mi primera reacción cuando Abel Gilbert, compositor e ideólogo de Factor Burzaco, tuvo a bien alcanzarme una copia del disco. Nada te prepara para lo que aquí se escucha. Hubo que esperar al 2006 para que nuestro país produjera el ejemplo más cercano a una etiqueta -RIO (Rock in Opposition)- que antes que describir un estilo específico, sirve para articular cierta aproximación compartida a una forma de entender el sonido. Un grupo de rock (guitarra, bajo, batería, piano y voz) y una orquesta de músicos invitados (flauta, oboe, violín, violoncello, saxos varios, dirigida por Marcelo Delgado) contrayendo unas improbables pero convincentes nupcias entre el pop y la música contemporánea. Todo bajo la atenta mirada del propio Abel, encargado de la composición y los arreglos.
Semejante disposición genera un disco que se adapta con idéntica facilidad a los contrastes y a las confluencias, un disco que cuestiona los límites y desprecia las limitaciones. Sólo quienes ignoren las riquísimas tradiciones de la improvisación y el rock experimental europeos de los ‘70 podrán endilgarle esos aires posmodernos de rigor. Nada sería más desencaminado. Parece haber en FB una aspiración consciente a conectar con un linaje de innovadores (de Messiaen a los últimos Beatles, de Frank Zappa a la Nouvelle Musique) que no temían a las ambiciones musicales desmedidas ni se arredraban ante las dificultades. Esa sensación, tan típica del decenio ‘67- ‘77, de que todas las posibilidades estaban abiertas, un sentido de la excitación y el descubrimiento continuos, la alegría del hallazgo novedoso y la conciencia optimista de su facilidad para llevarlo a cabo. Es éste el principal mérito que respira cada una de las canciones de FB y se agiganta en cuanto asumimos que aquellos fueron tiempos que no volverán jamás.
De ahí que no peque de arbitrariedad excesiva si sugiero que el rasgo más distintivo del álbum es el de permanecer en un estado de fluidez constante (si se me permite el oxímoron). “Lo único que permanece estable es el cambio”, solía repetirle a sus estudiantes el pionero de la sociología norteamericana Robert Ezra Park. Y la música de FB traduce a la perfección ese postulado. Lo hace en la naturalidad de las transiciones -entre momentos rockeros y orquestales, entre lo eléctrico y lo acústico, entre lo “culto” y lo “popular”- que se suceden sin solución de continuidad en el seno de una misma canción; en la fascinación un tanto extenuante de la voz de Carolina Restuccia, que pugna sin descanso por llenar todos los espacios con un repertorio inagotable de registros expresivos; en el piano de Esteban Saldaño, que desmiente su ascendencia rockera para incorporarse a los desarrollos camarísticos, y en el manejo desde la consola de planos, efectos y procesamientos que redimensionan un sonido cuya dificultad explícita logra, no obstante, que se acumulen unas cuantas melodías memorables.
Fluidez que se extiende también a la lírica de José Brindisi, con esas alusiones un tanto crípticas, esos desplazamientos continuos entre las tres personas del singular o cierto tono impersonal repleto de infinitivos que, en una primera escucha, uno supone subjetivos y privados aunque, con el correr del tiempo, y tal vez con algún abuso interpretativo de mi parte, el rompecabezas empiece a convertirse en un modo muy sutil, muy subrepticio, de nombrar ese desgarramiento (sordo pero objetivo) que agitó a la Argentina de los ‘70 y que algunos cuarteles y comisarías pretenden eternizar.
Resta por último la elección del barrio, un Burzaco del olvidado sur de Buenos Aires al que pertenecen los miembros de la banda, al que probablemente también aludan las letras y al que se convierte en la cifra de un universo imaginario de consecuencias bien reales. Un registro que se ubica en las antípodas del rock chabón y demuestra que existe otro modo, más elegante tal vez, pero no menos comprometido con la realidad, de mencionar aquello que nos importa y nos constituye como habitantes de este país incorregible. Porque en ocasiones, un terreno baldío, las vías abandonadas del tren o un viejo galpón enmohecido bien pueden equiparase a un mundo.
PD: Factor Burzaco apareció el año pasado en una edición privada y acaba de ser reeditado por el sello BUE. No dejen pasar esta nueva oportunidad. Confío en que la mayoría no se arrepentirá.
Semejante disposición genera un disco que se adapta con idéntica facilidad a los contrastes y a las confluencias, un disco que cuestiona los límites y desprecia las limitaciones. Sólo quienes ignoren las riquísimas tradiciones de la improvisación y el rock experimental europeos de los ‘70 podrán endilgarle esos aires posmodernos de rigor. Nada sería más desencaminado. Parece haber en FB una aspiración consciente a conectar con un linaje de innovadores (de Messiaen a los últimos Beatles, de Frank Zappa a la Nouvelle Musique) que no temían a las ambiciones musicales desmedidas ni se arredraban ante las dificultades. Esa sensación, tan típica del decenio ‘67- ‘77, de que todas las posibilidades estaban abiertas, un sentido de la excitación y el descubrimiento continuos, la alegría del hallazgo novedoso y la conciencia optimista de su facilidad para llevarlo a cabo. Es éste el principal mérito que respira cada una de las canciones de FB y se agiganta en cuanto asumimos que aquellos fueron tiempos que no volverán jamás.
De ahí que no peque de arbitrariedad excesiva si sugiero que el rasgo más distintivo del álbum es el de permanecer en un estado de fluidez constante (si se me permite el oxímoron). “Lo único que permanece estable es el cambio”, solía repetirle a sus estudiantes el pionero de la sociología norteamericana Robert Ezra Park. Y la música de FB traduce a la perfección ese postulado. Lo hace en la naturalidad de las transiciones -entre momentos rockeros y orquestales, entre lo eléctrico y lo acústico, entre lo “culto” y lo “popular”- que se suceden sin solución de continuidad en el seno de una misma canción; en la fascinación un tanto extenuante de la voz de Carolina Restuccia, que pugna sin descanso por llenar todos los espacios con un repertorio inagotable de registros expresivos; en el piano de Esteban Saldaño, que desmiente su ascendencia rockera para incorporarse a los desarrollos camarísticos, y en el manejo desde la consola de planos, efectos y procesamientos que redimensionan un sonido cuya dificultad explícita logra, no obstante, que se acumulen unas cuantas melodías memorables.
Fluidez que se extiende también a la lírica de José Brindisi, con esas alusiones un tanto crípticas, esos desplazamientos continuos entre las tres personas del singular o cierto tono impersonal repleto de infinitivos que, en una primera escucha, uno supone subjetivos y privados aunque, con el correr del tiempo, y tal vez con algún abuso interpretativo de mi parte, el rompecabezas empiece a convertirse en un modo muy sutil, muy subrepticio, de nombrar ese desgarramiento (sordo pero objetivo) que agitó a la Argentina de los ‘70 y que algunos cuarteles y comisarías pretenden eternizar.
Resta por último la elección del barrio, un Burzaco del olvidado sur de Buenos Aires al que pertenecen los miembros de la banda, al que probablemente también aludan las letras y al que se convierte en la cifra de un universo imaginario de consecuencias bien reales. Un registro que se ubica en las antípodas del rock chabón y demuestra que existe otro modo, más elegante tal vez, pero no menos comprometido con la realidad, de mencionar aquello que nos importa y nos constituye como habitantes de este país incorregible. Porque en ocasiones, un terreno baldío, las vías abandonadas del tren o un viejo galpón enmohecido bien pueden equiparase a un mundo.
PD: Factor Burzaco apareció el año pasado en una edición privada y acaba de ser reeditado por el sello BUE. No dejen pasar esta nueva oportunidad. Confío en que la mayoría no se arrepentirá.
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