Monday, December 17, 2007

A propósito de la reedición en CD del Anabelas de Bubu


Anabelas es, por derecho propio, uno de los mejores discos que produjo esa efervescencia cultural que muchos gustan llamar rock nacional. Su infortunio consistió en haber surgido en el tiempo y el lugar equivocados. La Argentina desangrada de 1978 no era un sitio precisamente afín a los experimentos radicales.

Ciertas señas particulares distinguían a Bubu de sus pares contemporáneos. En primer lugar la instrumentación, que agregaba varias clases de flauta, saxo tenor y violín a los elementos rockeros de rigor (guitarra, bajo y batería), generando una paleta tímbrica mucho más amplia que la mayoría de los artefactos progresivos autóctonos del período. Aún más importante, las partes estaban cuidadosamente compuestas por Daniel Andreoli, verdadero artífice de lo que aquí se escucha. Que los grupos trabajaran con partituras era casi impensable para buena parte del rock argentino de la época. Eso promovió a su vez un proceso formativo opuesto al de otras bandas: primero se escribió la música y luego se buscaron cuidadosamente los intérpretes.

No obstante, es precisamente su música la que coloca a Bubu en un nivel diferente al de otros exponentes de nuestra tradición progresiva. Andreoli cita a King Crimson como su principal influencia de entonces. Pero en los tres extensos temas que conforman el álbum escuchamos bastante más que los escarceos de Robert Fripp en Larks’ Tongues in Aspic. El sonido general era lo más parecido a una banda de RIO (Rock in Opposition) que se hubiera concebido hasta ese momento en Buenos Aires. Mérito que se agiganta si consideramos que eran contemporáneos. Algunos pasajes flirtean con el klezmer, cosa tal vez inconsciente aunque previsible, dado el contexto bajo el cual se crió el compositor. El saxo de Wim Fortsman corteja por momentos ciertas entonaciones características del free jazz. Y el comienzo mismo del disco sería impensable si no recurriéramos a semejante etiqueta. Otros fragmentos delatan un aire de familia con la progresiva italiana, característica ésta que se hallaba bastante extendida en la escena nacional, aún cuando la mayoría de los músicos argentinos no supiera demasiado acerca de la existencia de Banco del Mutuo Soccorso, Il Balletto di Bronzo, Le Orme y hasta los más conocidos Premiata Forneria Marconi (PFM).

Un punto discutible quizás sea la voz, con un Petty Guelache que debió reemplazar de urgencia a Miguel Zavaleta (quien abandonó el grupo poco antes de la grabación del disco) y recuerda demasiado su paso por el período intermedio de Orion’s Beethoven. Hay también un fragmento rockero, donde parece inmiscuirse el Polifemo de “Suéltate rock’n’roll”, que desentona por completo con el resto del álbum.

Pero en términos generales, la composición es impecable, muestra una fuerte ascendencia clásica -con elaboraciones, variaciones y recapitulaciones de motivos y líneas melódicas típicas de la herencia occidental- y hace del contrapunto entre los instrumentos su rasgo más distintivo. Las transiciones delicadas conviven con los cortes abruptos y dotan al conjunto de un acentuado dramatismo. En definitiva, una placa que, más allá de mis cambios de humor, siempre aparecerá en cualquier top five de grandes discos del rock nacional que se me ocurra imaginar.


La reedición, a cargo de Alfredo Rosso, es de un sonido sensiblemente superior al de las copias ilegales que hasta hace poco circulaban por ahí. Originariamente, Anabelas apareció en 1978. Quienes no lo escucharon en su momento ahora tendrán la oportunidad de descubrir un disco que, como los buenos vinos, mejora sensiblemente su sabor con el paso del tiempo.

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