Si algo define con fuerza a Agnes Heller, la filósofa húngara nacida en 1929 de padres asesinados después en Auschwitz, es su repudio a la especialización académica. No es erróneo aunque sí equívoco definirla como perteneciente a la tradición filosófica y política marxista de Europa Central. Desde luego fue marxista, pero lo fue muy crítica de las posiciones ortodoxas u oficiales de ese Segundo Mundo que entonces existía o subsistía, y que se proclamaba marxista-leninista. Heller sufrió, al igual que su maestro y amigo Georg Lukács, reprimendas y desprecios por posturas calificadas como “revisionistas”: vivió en Budapest los años del comunismo soviético, se exilió después en Australia y en Estados Unidos, celebró (y también denigró) los movimientos y cambios republicanos en los países del Este de Europa que habían girado en la órbita de Moscú.
Con los años, la obra de Heller se ha vuelto rica y variada. Algunos de sus títulos son deliberadamente pop, dirigidos a generar la atención del mundo, porque se trata de libros pensados para cambiarlo, o colaborar en eso: Teoria y vida cotidiana, El hombre del Renacimiento, Por una Filosofía radical, Instinto, agresividad y carácter, Para cambiar la vida, etc. Ha escrito sobre el amor y la amistad (y sus ausencias) en la vida cotidiana, sobre las distancias demasiado humanas entre capitalismo y comunismo, sobre espontaneidades personales como la vergüenza (El poder de la vergüenza es justamente otra de sus grandes obras), sobre los movimientos sociales y políticos que inciden sobre la vida de millones de personas: la corrección política y el multiculturalismo o la llamada bio-política, entre tantos otros.
Heller compone sus libros en una prosa democrática, accesible, con una lucidez que no cede: esto la hace única. Justamente comparada con otros filósofos más o menos comparables por su peso, el alemán Jürgen Habermas o el extinto norteamericano Richard Rorty, resultan abstractos y hasta autistas (ajedrecistas): fatalmente demasiado técnicos, a pesar de sus esfuerzos dirigidos en contra de ello. Adversa a las modas intelectuales, no ha cortejado al posmodernismo, o la deconstrucción, o el posestructuralismo o el psicoanálisis lacaniano, porque aborrece los irracionalismos, y todas las injusticias que les son inherentes. Heller sobrevivió al nazismo y fue perseguida por el mismo régimen soviético en el que estudió y se doctoró. En 1986 llegó a Nueva York, donde enseña desde entonces.
Sergio Di Nucci
1 comment:
Great read thannks
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