Tuesday, July 26, 2011

Soy Leyenda

Hace 50 años, el 2 de julio de 1961, el novelista norteamericano Ernest Hemingway se mató de un escopetazo en la cabeza. Su esposa, la cuarta en su vida, contó después que el día anterior lo había espiado en la habitación del disparo, limpiando la escopeta del tiro final. El narrador, que se creía perseguido por el FBI, había sido internado en la Clínica Mayo, célebre por sus tratamientos de electroshock: le dieron el alta el 30 de junio, y dos días después fue el disparo que tantas veces, en sus largos 61 años de vida, había prometido.
Hemingway goza de una fama que sobrevivió a la lectura de sus libros. Es el literato de estilo periodístico, de oraciones breves, o unidas unas a otras sin otra elegancia que la conjunción y. El que muestra lo que hacen los personajes, no lo que piensan: un novelista de la acción antes que de la reflexión, un escritor de verbos y sustantivos antes que de adjetivos y adverbios y modalizaciones y precauciones. El machismo exagerado reveló a los entendidos firmes, reservadas e íntimas convicciones homosexuales. Aquellas que hicieron que hoy, como en el caso de Jack London, el narrador americano favorito del revolucionario ruso Vladimir Lenin, haya desaparecido de los programas escolares en Estados Unidos. Las simpatías políticas de Hemingway, que en Europa le habían gustado los toreros y había acompañado a la “generación perdida” de la primera posguerrra mundial, retratada en sus libros Fiesta (de 1926, sobre un norteamericano castrado en la Gran Guerra y expatriado en Francia, símbolo de su antecedente el novelista Henry James) y Adiós a las armas (1929, de título no menos simbólico), fueron después para la República Española en la Guerra Civil y para la Revolución Cubana. Sobre la primera es su novela Por quien doblan las campanas (de 1940). Después de que en 1954 le dieran el Premio Nobel de Literatura, viajó a España, para llevárselo en su lecho de muerte al novelista español Pío Baroja, autor de Horas Solitarias y que “había tenido la decencia de no casarse”, porque, explicó, “merecía el Premio más que yo”.

Sergio DiNucci

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