Thursday, February 09, 2012

Mi espíritu se fue...

Ayer falleció Luis Alberto Spinetta. Por estas horas ríos de tinta se acumulan en las redes sociales y en los periódicos. Pasquines aberrantes como Gente, Noticias y tantos otros seguramente estarán preparando sus ediciones de lujo al respecto, siempre dispuestos a comerciar con la muerte y la desgracia ajenas. Por los noticieros y los programas de chismes desfilarán toneladas de oportunistas hablando boludeces. No lo sé, apenas lo imagino, puesto que me he negado a encender la radio o la televisión. No he entrado a Facebook. No uso Twitter. Sus fans tienen derecho a llorarlo. El resto es inevitable.


Escribo este post de un tirón. Sé que no tiene mucho sentido sumarme a los panegíricos, aunque por una vez sean merecidos. Pero como cientos de miles de argentinos, no puedo evitar convertirlo en mi propio duelo personal. Tal vez lo mejor sea remitirme a un par de reminiscencias personales. La primera se remonta a mis años de escuela secundaria, cuando un profesor de historia nos explicó por qué “Plegaria para un niño dormido” era una canción extraordinaria: sus giros, sus imágenes, la lírica evocativa. Por entonces tenía 14 años y andaba descubriendo la poesía. De Spinetta ya era un fanático convencido. Era por la época de A 18 minutos del sol y estaba alucinado por esos versos con los que el Flaco describía el llanto de su hijo recién nacido: “Un violín que nunca calla/ solo se desprende/ y es igual a las guirnaldas.” Cosas como esta “Canción para los días de la vida”, “Plegaria”, “Los libros de la buena memoria” (“Mi boca besará toda la ternura de tu acuario”) fueron responsables en primera instancia de que comenzara a interesarme la poesía. Y supe mucho más tarde que no había sido el único. A muchas, muchísimas personas de mi generación y de la anterior les había sucedido lo mismo. Seamos honestos, ¿qué rockero argentino podía siquiera soñar con hojarascas que crepitaban o lentas brumas cansadas de dar al muelle? Tal vez los momentos más lúcidos del primer Miguel Abuelo rozaran a veces este grado de genialidad. Después, nadie más. Ni antes ni, mucho menos, ahora. El Flaco te iluminaba con sus canciones. Simplemente hacía que la vida fuera más hermosa. Y vaya si lo necesitábamos en aquellos años infaustos. Recuerdo que escuchábamos Artaud sin entender gran cosa. Pero quedábamos fascinados de inmediato. Y corríamos a averiguar quién era este Artaud que titulaba el disco de nuestro héroe rocanrolero.

Su carrera no fue impecable. Nadie puede sostenerse impoluto en este negocio después de varias décadas. No pudo Frank Zappa, ni siquiera habrían podido los Beatles si no se hubiesen separado a tiempo. Su disco yanqui era aberrante, obsesionado como estaba por Gino Vannelli. Sobreproducido hasta la náusea, con sesionistas sin alma y temas insípidos. No toleraba siquiera el comienzo de “Children of the Bells”, con un horrendo Guillermo Vilas que como letrista siempre fue un gran tenista. Pero el Spinetta de los ’70 era de otro planeta. Hasta podíamos disculparle el machismo de “Me gusta ese tajo” o de “Nena Boba”. Durante década y media militó en una liga de un solo miembro: la suya propia. Y todo se volvía más extraordinario cuando reparábamos en los 17 o 18 años que tenía cuando comenzó con Almendra. El escribía “Figuración”, el resto vivíamos en la edad del pavo. Jade tenía sus momentos, Kamikaze probablemente haya sido su último gran disco. A partir de los ’90 dejó de interesarme. Los Socios del Desierto no le llegaban ni a los talones a Pescado Rabioso o Invisible, su lírica se había vuelto previsible, sus composiciones parecían relajadas, como agotadas. Donde antes había excitación, ahora apenas persistía el aburrimiento, cierta lasitud que no lo favorecía en absoluto.

A partir del 2002, durante unos tres años, viví en varios suburbios de la costa este norteamericana: Middletown/ Connecticut, Poughkeepsie/ Upstate New York, Colonia/ New Jersey. Detestaba esos lugares y, para soportar los largos inviernos, iba a la ciudad de Nueva York casi todas las semanas. En Tonic, el antro avant-garde de moda en aquellos días, el guitarrista de la No Neck Blues Band me arrinconó al salir del baño para decirme que estaba dispuesto a pagar lo que le pidiera por la famosa edición con la tapa irregular de Artaud. Tengo el disco en vinilo (después de todo soy de esa época) pero no ese primer prensaje tan ansiado por los collectors. Que la leyenda del Flaco llegara a los buscadores de rarezas me pareció lógico. Menos lo fue que un par de semanas más tarde, en la puerta donde socializábamos todos los fumadores excluidos, se me acercara una yanqui que, gracias a mi abominable pronunciación inglesa, descubrió que era argentino y me preguntara si me gustaba Spinetta. Le dije que era fanático. Me respondió que ella también. Que un novio argentino le había enseñado todas las letras. Cuando le pregunté por su novio, me contestó que ahora tenía otro. Cuando me lo presenta, el pibe estaba enfundado en una remera de los checos Plastic People of the Universe. Supe que sus gustos, tanto en cuestiones de música como de novios, no eran comunes.

El mes pasado me enteré de que en noviembre había fallecido Ivan Jirous, el ideólogo de esos checos que sin quererlo habían transformado la historia de su país. Sentí el mismo malestar que siento ahora. Entre la escena del underground checoslovaco durante la normalización de Gustav Husak y la Argentina del Proceso hay más de una coincidencia. No es este lugar para exponerlas. Pero sospecho que lo que significó Spinetta para nosotros en algún punto es similar a las resonancias que los Plastics habrán tenido para tantos checoslovacos de nuestra misma edad. Cosas extraordinarias de un mundo ancho que no tiene por qué resultarnos ajeno.

Spinetta no cambió la historia, no sufrió la cárcel ni la tortura como Jirous. No fue un militante contra la dictadura. Pero a su manera, supo contagiarnos un universo diferente, hecho, sin proponérselo, de todo aquello que los militares detestaban: lirismo, inteligencia, esfuerzo, melancolía, inseguridad, cierta levedad bienhechora. Incidió en miles de jóvenes que, sin él, hubiéramos sido menos sensibles, menos curiosos y bastante más ignorantes. Es una verdadera lástima que los buenos mueran tan pronto y siempre permanezcan los mediocres.

15 comments:

hernan said...

Gracias. A mi manera también se me ocurrió hacer un repaso personal. Supongo que por cuestiones más que nada generacionales, sus '80s, '90s y lo demás nos llegó de manera diferente. Abrazo y gracias de nuevo.

Unknown said...

gracias por este post.

Esteban Leyes said...

Hermoso post.
Nos queda, en este momento como un gran desafío: "mañana es mejor".

Norberto said...

Cada uno tendrá su Spinetta. Y todos son igualmente legítimos. Esa es la prerrogativa de los grandes.

Nati Alabel said...

Precioso post.

bartolomé rivarola said...

OK, el disco yanqui es espantoso (y LAS siempre se hizo cargo de eso), pero fuera de ese caso puntual ¿que otro momento te parece malo? Uno puede tener preferencias por una etapa o discos por sobre otros, pero creo que es un tipo que nunca perforó un piso de dignidad y honestidad en sus trabajos (cosa que no ocurre, por ejemplo, con García). Después, reitero, son solo diferencias de gustos

Norberto said...

Mi querido doctor.
Tenés razón. Es una cuestión de gusto personal. Y quizás cargué las tintas. Ya aclaré que escribía de un tirón, con el corazón más que con la cabeza. Pero nunca me atrevería a decir que sus últimos discos son indignos. Sólo que palidecen ante las cumbres extraordinarias de sus álbumes anteriores. Él siempre mantuvo la coherencia, hasta último momento, cuando hizo ese megarrecital de cinco horas del que me arrepiento no haber ido y que ahora parece como una despedida premonitoria.
En efecto, no es el caso de Charly (ni de Calamaro, Fito Paéz y tantos más)

loop said...

Gracias Norberto por este post. Sólo tengo un disco de Spinetta que lo guardo con mucho cariño.

Un abrazo desde santiago de Chile.

Guillermo Escudero

Norberto said...

Guillermo
Me alegra saber de vos. Alguna posibilidad de que te des una vuelta por Buenos Aires?

Lemy said...

Buenisimo oscar, no coincido con la ultima frase, me parece una generalización innecesaria y además, todos mueren, más tarde o mas temprano. Seguramente los mediocres no dejarán camino por seguir. Abrazo!
Sebastián (Cirugía)

Ordy de Juarez said...

Estimado Norberto: Por su gracia o culpa, todavía estoy tratando de descifrar "Filosofía de la nueva música" de T.Adorno, que se me aparece como el escrito sobre música que vá más lejos que ninguno.
Spinetta fué y es mi dios, y su muerte la siento como si lo notificaran a un extremo creyente católico de la muerte de Dios. Parafraseandote, ahora la vida me parece un poco menos hermosa. Me siento muy identificado con lo de "sin el seríamos..." tengo 27 años y a los 12 intenté leer "Vigilar y Castigar" de Foucoult y "Las Enseñanzas de Don Juan" de Castaneda. Solo porque nombró esas obras en una entrevista. De más está decir que escuchar a los Autenticos Decadentes no haría urgar la biblioteca de su padre a nadie.
Creo que tu desinterés por su producción luego de los 70's puede ser una cuestión generacional. en "Los Socios" si bien las frases musicales cortas del rock pesado no permiten desplegar mucho las alas de la poesía, hay "derroches de lirismo" como en Almendra. El disco "Los ojos" (1999) es de mi Top 5. Y esto es una luz inmensa que se abre de tu posteo y que casi que te envidio!! Ahora tenés para descubrir un montón de discos y universos maravillosos que Spinetta dejó en las últimas decadas como un legado irrepetible, casi inexplicable. Abrazo grande.

Martín Zariello said...

Otro muy buen disco de la última etapa (además de Los ojos) es Pan. Tiene un tema que empieza diciendo "Todas las cosas que se pierden las tiene en un bolso Dios". Coincido con vos en que comparando, sus discos de los 70' parecen inalcanzables. En vivo, a veces me aburrió mucho, pero el recital de las Bandas Eternas fue lo mejor que vi en mi vida. Gran post, abrazo.

Roberto Massoni said...

Excelente post... debo reconocer que no tengo ningun disco de spinetta, pero su muerte me pegó duro por su ética como músico lo cual excede cualquier gusto, para los músicos como yo que constantemente navegan en la inseguridad de no querer tranzar con nada, sus reportajes y su forma de encarar la música enseñaron algo y eso para mi es muy valioso. Tester de violencia y don lucero me pegan a partir de los acordes anchos con sintetizadores por otra parte mi viejos me llevaron a verlo en los carnavales del club comunicaciones de gerardo sofovich (una bizarrada seguro) pero fue mi primer recital y escuche esos acordes con esos sintetizadores y por alguna razón no soporto guitarras si esos pads... bueno cuelgo esto para contar algo distinto de como puede pegarte una muerte. gracias Esculpiendo por la oportunidad de comentar, fue la revista que me dio mas mejores lecciones de música...

Leo Mezzera said...

Norberto es una cuestión de estéticas. Creo que la obra de Luis fue fabulosa hasta su último disco "Un mañana". Existieron altibajos, pero pedirle más a un artista me resulta imposible. Nunca vendió la palabra y logró internarse en ese mundo musical Spinettiano que construyó y al cual renovó con diferentes texturas con el correr de los años y los discos.

Mariano Castro Rivas said...

Me gustó el post, entre otras cosas porque me gusta enterarme de cómo vivieron las cosas quienes accedieron a músicos como Spinetta mucho antes de que yo supiera que existía. En mi caso fué más accidental mi encuentro con su música y me abrió la mente a otras posibilidades creativas, que de una u otra manera influyen en mis dibujos y textos actuales. Coincido en que hay discos suyos que me parecen de menor nivel, hasta cursis en algunos casos, pero pienso que hay que separar la obra de arte del artista, y separar las obras entre si, en todo caso unir solo las que valga la pena ser unidas. Hay canciones nuevas que siguen logrando conmoverme. El artista siguió su viaje pero las obras siguen acá, con él y sin él.