a
>v, el nuevo trabajo de Jorge Haro, ofrece un estudio
puntilloso de la fugacidad y la persistencia de los sonidos. Un ejercicio de
contrastes y continuidades, de alteraciones graduales e intromisiones abruptas,
de silencios profundos y fragores sintéticos, de alargadas mesetas bajo la
forma de drone y escarpados riscos de punzante noise. Una paleta tímbrica
extendida de estímulos sensoriales cuyo secreto orden desafía los esfuerzos del
oyente por develarlo.
Hay, no obstante, algunas pistas. La segunda mitad del disco contiene
cinco apretados experimentos de apenas minuto de duración con el reactable de Sergi Jordá, una interfaz
electrónica sobre una mesa translúcida que funciona a través de bloques tangibles y dispara efectos de sonido a la
manera de un sintetizador modular. Haro hace honor al aspecto lúdico de tan
virtual instrumento, alternando patrones rítmicos reiterativos con
transformaciones en la dinámica sonora.
Sabemos también de su interés por la interacción audiovisual; para
juzgar los resultados de a >v en una presentación integral de imagen y sonido
deberemos esperar al próximo concierto en la Alianza Francesa del 7 de
septiembre. Pero si en el ámbito espacial en que discurren las imágenes audiovisuales
podemos presumir una rigurosa sinestesia, su traducción al rango temporal del
devenir sónico pone en juego las asociaciones y la memoria. Cosa que se aprecia
mejor en los temas más extensos del disco: los dos iniciales y el último. Allí
una suerte de diorama imaginario refracta sonidos, ruidos y silencios que
alumbran representaciones esquivas e inducen a una reconstrucción fragmentaria,
sensaciones auditivas que se fijan en la memoria aunque los sonidos palpables
que las constituyen como tales resistan cualquier aprehensión definida. En
definitiva, un tratado de intensidades, con picos de agresividad “sintetizada”
poco frecuentes en su obra, que se ubica a cierta distancia de sus intereses
anteriores -los sonidos concretos y la escucha acusmática-, sin denegarlos del
todo. Más bien se trata de llevar viejas obsesiones a un nuevo plano
conceptual. Si en verdad ese era el
propósito, Jorge Haro puede darlo por cumplido.
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