Friday, September 04, 2015

La misa negra de la reina ártica

Pharmakon en Lado B de Niceto, sábado 29 de agosto.

Foto: Pharmakon by Samantha Marble

No es común ver el show de alguien mientras hace historia. Por eso, la visita de Margaret Chardiet, alias Pharmakon, atrajo a buena parte del cognoscenti porteño. Rubia natural de 24 años y mirada perturbadora, Chardiet declinó ser la próxima Miley Cyrus para convertirse en la nueva portavoz del noise norteamericano. El género de ruidos y alaridos tiene una larga tradición en el país del norte y Chardiet es directa descendiente de Lydia Lunch, la vedette virulenta de No New York, el clásico álbum noise producido por Brian Eno en 1978.
Entre 2002 y 2005, gente como Wolf Eyes y Sightings reavivó la estética desde un lugar abstracto y conceptual, como luditas enfrentados a las aplicaciones virtuales de la era digital. Pharmakon, en cambio, retoma desde la catarsis de Lunch, el post-apocalipsis ballardiano de los legendarios Throbbing Gristle y el asalto a los sentidos del japonés Merzbow; sus acciones son ruido sonoro, visual y performático.
Como acto soporte, el ex Reynols Alan Courtis preparó un appetizer atinado, con mantras en un emulador de órgano de iglesia y capas granuladas de ambient gótico, pero eventualmente el set tomó un giro agresivo y violento, quizás, perturbado por la intrusión del grupo que tocaba en la sala central de Niceto. La misma falla organizativa perturbó, para bien o mal, a la norteamericana. En tinieblas por el humo azul que brotaba del escenario (y por momentos tornó al lugar irrespirable), entre su cortina secuenciada y el batifondo aledaño, Pharmakon demoró en largar su set e incluso lo interrumpió en algún punto, molesta por las irregularidades.
Una serie de golpes industriales, evocadores del viejo Throbbing Gristle, dio inicio al set de Chardiet, que al instante entró a gemir como una foca herida entre lacerantes guitarras pregrabadas. Así todos olvidaron la espera, el humo, los ruidos del vecino, y fueron tomados de la garganta por “Body Betrays Itself”, pieza central de Bestial Burden.
Reciente larga duración para la atractiva etiqueta Sacred Bones, Pharmakon grabó Bestial Burden tras reponerse de la extracción de un quiste que por poco le quita la vida; la provocadora tapa, con el torso de Chardiet cubierto de vísceras animales, da cuenta de eso, y la crítica se obstinó en vincular al hecho con la visceralidad de su música. En realidad, el resultado es un crecimiento y hasta un refinamiento en la propuesta.
En un show aparentemente azaroso, pero inteligentemente programado, entre ininteligibles murmullos Chardiet pegó un grito y lo subió dos octavas con un golpe de consola. Y cuando el maremágnum estaba narcotizando al público, acabó noqueándolo con un golpe escénico.
Rodando los secuenciadores, la neoyorquina, poseída por el demonio de Linda Blair, se iluminó la cara desde el mentón y gritó alguna clase de maldición a los posesos de la primera fila; después (se veía venir) bajó de un salto y siguió a los gritos, ida y vuelta entre el público, perseguida por una chica gótica cual Renfield con el Conde Drácula. Las shock tactics continuaron mientras sonaba el más rockabillesco “Autoimmune”, deudor de Suicide; Pharmakon enlazó con su micrófono a otro vampiro del noise, para someterlo a una danza ritual.
En el intento de retomar cierta postura sanguínea, inaugurada décadas atrás por el accionismo vienés, la faceta performática de Pharmakon puede parecer impostada. Pero en medio de tanto pillaje a los ochentas, de falsificaciones sin rostro, réplicas y confusión, Chardiet muestra una vía alternativa, auténtica y vital.

           
Jorge Luis Fernández

Aparecido en La Nación del sábado 5 de septiembre

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