Cuando consideré quedarme en Pakistán para recobrar más facetas de mi pasado y así completarme a mí mismo, me dí cuenta de que era imposible. ¿No extrañaba ya demasiadas cosas de Inglaterra? ¿Y no estaba ya demasiado impaciente por la falta de liberalismo y de posibilidades de Pakistán?
Es así que el regreso a Inglaterra siempre iba a ser necesario. Volver a mi hogar... a mi país.
Es difícil decirlo. “Mi país” no es una noción que a uno le viene fácilmente. Sin embargo, sigue siendo difícil contestar la pregunta: ¿de dónde viene uno?
Nunca quise identificarme con Inglaterra. Cuando Enoch Powell hablaba en nombre de Inglaterra yo lo rechazé con un disgusto final. Preferiría andar desnudo por las calles antes que ponerme de pie cuando tocan el himno nacional. El dolor de ese período de mi vida, a mediados de los `60s, todavía me acompaña. Y cuando escribí por primera vez el texto que estoy escribiendo ahora, lo hice en tercera persona: Hanif vio esto, Hanif sintió aquello, a causa de la dificultad de abordar de manera directa lo que yo sentía entonces, por no querer pensar de nuevo acerca de ello.
Dos días despues de mi regreso de Pakistán llevé mi ropa sucia a un lavadero y bastó que se la diera a la persona que atendía para que ésta me diga que no tocaba ropas de extranjeros: su lavadero estaba arruinado, pero ella no quería que yo me acercara. Un caso más serio: leí en el diario que habían incendiado la casa de una familia pakistaní en el East End de Londres. Un chico murió. Esto, por supuesto, ocurre con frecuencia. Es la cabeza de cerdo con la que rompen los vidrios de las ventanas, la escupida en la cara, los niños con las siglas de las organizaciones recistas tatuadas en la piel con una navaja, así como otras formas, más decorosas, de odio.
Estaba furioso. Pensé: ¿Pero después de todo quién quiere ser británico? O como dijo un escritor negro norteamericano: ¿quién quiere integrarse a una casa en llamas?
Y sin embargo conozco pakistaníes e indios que nacieron y crecieron acá y que consideran que su posición es el resultado de una diáspora: viven en el exilio y esperan regresar a un lugar mejor, donde realmente pertenecen, donde son bienvenidos. Y allí esa “pertenencia” será total. Tendrán su hogar y su paz.
No es difícil advertir cuánto de ilusión y falsedad hay en este punto de vista. En la desilusión e infelicidad involucradas en esta idea de volver a “casa” se advierte hasta qué extremo han sido formados por Inglaterra, y qué profundo es el vínculo que a pesar de todo han formado con el lugar.
No es sorprendente que algunas personas crean en esta idea de “casa”. La alternativa a creer en ella es tener más conflictos acá; es odiarse más; es la continua lucha contra el racismo; es el continuo ajuste a la vida en Gran Bretaña. Y en Inglaterra, los negros saben que ya han tenido más que suficientes ajustes.
Entonces, qué es ser británico?
En su ensayo de 1941, England your England, Orwell dice: “la gentileza de la civilización inglesa es quizás la más marcada de sus características”. Él llama al país “una familia donde los integrantes equivocados son los que mandan” y habla de la “sensatez y homogeneidad de Inglaterra”.
En otro lugar considera el carácter indio. Explica la “desconfianza maniática” a la cual denomina, de acuerdo --según pretende-- con E. M. Forster en Pasaje a la India, “el vicio indio más característico... ”. Pero tiene la gracia de reconocer, en su ensayo Sin contar a los negros, “que la abrumadora mayoría del proletariado británico vive en Asia y África”.
El principal objeto de su elogio es la “tolerancia” británica, y así escribe acerca de “su manera de ser gentil”. También dice que este aspecto de Inglaterra es “continuo, se extiende en el futuro y el pasado, hay algo en él que persiste”.
Pero ¿persiste realmente? Si esta versión era verdadera entonces, en las décadas de 1930 y 1940, ahora está bajo presión. Desde el punto de vista de miles de negros, sencillamente no ocurre así. Carece por completo de toda base.
Por supuesto, la tolerancia en una sociedad en tiempos de guerra, estable, que confía en sí misma y con un imperio gigantesco, es totalmente diferente a la tolerancia en una sociedad poco segura que se desintegra durante una depresión económica. Pero éste sería el verdadero test; éste sería precisamente el momento para que esa tolerancia tan publicitada del alma británica demostrara ser algo más que vanidad y autocomplacencia. Pero no demostró serlo. Bajo una tensión continua y real, fracasó.
Los blancos británicos, gentiles y tolerantes, no tienen idea de lo poco que los negros experimentan aquí esa tolerancia. Ninguna idea de la violencia, hostilidad y desprecio dirigidos todos los días contra los negros por el Estado y los individuos en esta tierra que Orwell describió una vez como de “amantes de las flores” con “caras un poco nudosas” y no como “de cachiporras de goma” y “racistas”. Pero en algunas partes de Inglaterra, ya no hay más amantes de las flores, florecen las cachiporras de goma y el racismo, y si es que hay que darle algún contenido real y contemporáneo al ciego patriotismo social de Orwell, entonces los clichés acerca de la tolerancia deben ser examinados seriamente en cuanto a la profundidad y peso de su contenido sustancial.
Entretanto, conviene aclarar que los negros no reclaman tolerancia en esta manera particular y condescendiente. No quieren esta tiranía paternalista especial, ya que los que son necesarios son cambios en la sociedad británica.
Subrayo que son los británicos quienes tienen que hacer esos cambios.
Son los británicos, los británicos blancos, los que tienen que aprender que ser británico no es lo que era. Ahora es algo más complejo, que involucra nuevos elementos.
El fracaso en aprovechar esta oportunidad para una nueva definición revitalizada y más amplia, significará mayor insularidad, divisiones, cisma, amargura y catástrofes.
Los dos países, Gran Bretaña y Pakistán, han sido parte el uno del otro, por muchos años y en general con ganancias mayores para Gran Bretaña. No es posible desgarrarlos ahora, aun cuando eso fuera deseable. Sus futuros están entrelazados. Lo que signifique ese entrelazamiento, cuál sea su cualidad moral, si será resistido violentamente por blancos ignorantes y caracterizado por la desigualdad y la injusticia, o comprendido, aceptado y humanizado, es algo que depende de todos nosotros.
Esta decisión no se refiere a un pequeño grupo de gente irrelevante al que puede describirse desdeñosamente como “minorías”. Es una decisión sobre la dirección que ha de tomar la sociedad británica. Es una decisión acerca del respeto que la sociedad le acuerda a los individuos, el poder que le da a los grupos, y qué quiere decir cuando se describe como “democrática”. El futuro está en nuestras manos.
Hanif Kureishi, “El signo del arcoiris” (fragmento final), en My Beautiful Laundrette and The Rainbow Sign (London: Faber and Faber, 1986).
Traducción: Sergio Di Nucci
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