Entre el esplín y el dormitorio
Durante los últimos años Lima ha tenido una actividad musical bastante intensa, han surgido gran cantidad de grupos y proyectos, sellos independientes, publicaciones, y se respira en general un ambiente de movida. Quizá nunca como hoy existe tanta diversidad y tal cantidad de proyectos y expansión de estilos. Es saludable, pero es claro que aún hay una distancia grande entre el público y la música que se produce, una barrera que no permite consolidar un espacio común y de la que se hace necesario tomar conciencia. Pero los proyectos siguen apareciendo. Muy recientemente se ha dado a conocer una hornada de solistas/grupos que representan lo que podríamos llamar un curso nuevo, en donde prácticamente todos los estilos podrían convivir. Son proyectos que han llevado su desencanto y despreocupación al límite. Los distingue su heterodoxia y la construcción de mundos personales, y su vehemencia los ha llevado a exceder los parámetros del rock y de la electrónica y a contagiarse de un eclecticismo que no sólo implica un descreimiento de un estilo musical homogéneo sino también de una forma homogénea de hacer música. En estos grupos es tan válido apelar al Lo Fi como al proceso digital, a la instrumentación primitiva y a la performance, al virtuosismo (si lo hay) como al atrevimiento inepto, al humor como al susto, a lo íntimo como a lo explosivo. Y en ningún caso estos recursos se asumen como códigos fijos sino que pueden cambiar. Se trata de una generación más nihilista y posmoderna, pero aún emergente.
Quienes mejor expresan esta transgresión son Retrasados de hojalata, un grupo tan ignorado y odiado como admirado y respetado. Hasta la aparición de ellos no había existido nada igual. Cuatro individuos (Valentín Yoshimoto, Andrés Deza, Juan Salas y Juan Diego Capurro) dejándose correr libres por el terreno de la chifladura y el esplín, y en ella descubriendo los sonidos que la materia prima de su entorno les puede otorgar: golpes de mesas, golpes de botellas, sonidos de la radio, risas, una mandolina, un casiotone, que van construyendo absurdos paisajes para que su vocalista Juan Diego Capurro emita las incoherencias más fascinantes y dionisíacas que debo haber oído en años, y con ello la certeza de la destrucción, de la anarquía, de la completa y corrosiva irracionalidad. Tienen un buen disco publicado y otro a salir. No han hecho ni harán (tal parece) una presentación pública.
Capurro, por su parte, ha desarrollado un proyecto solista llamado Liquidarlo Celuloide. Si bien más orientado a lo que él llama "noise argumentado" (una suerte de banda sonora para el desborde emocional), inquieta la forma de generar sus sonidos. A su nula formación musical se le añade una búsqueda en la textura de la grabación casera, las saturaciones, los errores de la cinta magnética, las grabaciones de televisión, de lavadoras, de cuerdas de guitarra desafinadas hasta el cuelgue, de golpes al mismo instrumento. Uso de teclados de juguete, gritos, susurros, experimentos vocales, algunos sonidos electrónicos, ecos y zumbidos no definidos. Lleva tres buenos discos editados. Junto a él ha estado asociada la figura de Rodrigo La Hoz, quien ha hecho un trabajo interesante empleando también herramientas caseras: casiotones, saturaciones con micros, voz loopeada y samplers de radio y televisión, para elaborar una suerte de lounge artesanal enfermizo, cargado de climas surrealistas y absurdos. Actualmente ha llevado sus inquietudes sonoras al terreno de la música electrónica .
Junto a Liquidarlo Celuloide ha compartido escenario un grupo llamado Quematuradio, en el que coinciden Renzo Filinich (Metástasis) y Alan Poma (La soga y alguna vez en Jardín). Inicialmente con formato de banda de rock, con una fuerte presencia noise post punk. Reconfigurados luego como dúo y despojados de cualquier indicio rockero, Alan y Renzo empezaron a trabajar con cintas procesadas y manipulación de vinilos, no pasó de unos experimentos muy primarios hasta que la banda se bifurcó. Renzo viajó a Chile donde radica y ha rearmado Quematuradio, a la par que hace lo propio con Metástasis, mientras que Alan ha reiniciado un proyecto solista de canciones de idiomas inventados e intermedios extendidos de conversación con el público. Eventualmente reaparece como Quematuradio teniendo a alguna banda de soporte. Una de estas bandas ha sido el dream team Tanuki Metal Yonin Plus (ex Tanuki Metal Futari Plus One), banda integrada por Pedro Fukuda, Carlos French, Teté Leguía (alguna vez bajista en Space Bee) y Bruno Sánchez (guitarrista de Turbopotamos). En Tanuki confluyen una serie de influencias, de sonidos, de estilos, de propuestas: es ecléctico aunque sus motivaciones por la apertura muestran cierto influjo de los King Crimson pero también de grupos como Boredoms y la saga Patton/Fantomas/Mr Bungle. Es decir, se trata de una banda que se instala en una tradición que opta por llevar al límite sus propias capacidades como instrumentistas, para estirar el género que sea hasta donde se pueda, hasta que otro tome la posta. De ahí que en un concierto suyo pueda interactuar un tributo a Tito Puente con canciones infantiles, incursiones de death metal, absurdos vocales, rock con tintes progresivos y psicodélicos y hasta música electroacústica. Todo eso sumado a un despliegue escénico muy dinámico que incluye duelos de cuerdas y performances varias siempre teñidas de mucho sentido del humor. Los proyectos paralelos no podían faltar, así Bruno y Teté harían algunas presentaciones junto a Alec Marambio y Tomás Tello, orientado a un sonido más electrónico. Tomás, por su parte se presentaría junto a Teté y el artista visual Sebastián Solari, con un sonido de mayor incidencia percusiva, sin olvidar el proyecto, previo a Tanuki, que integraban Pedro, Tomás y Teté. Y un largo etcétera.
Otro proyecto que resulta bastante singular es Lunik (alter ego de Roger Terrones, quien junto a Wilder González diera vida al proyecto etereo-neopsicodélico llamado The Electric Butterflies), si bien muy influido por el ethereal noise, lo que es interesante en su autor, es el desprendimiento inteligente que consigue a través de su música, un intimismo extremo que lo llevó a publicar un anecdótico Ovo-ovni (2002) que registra en 16 tracks lo más interesante que, espontáneamente, pudo hacer con una guitarra y una aspiradora durante un par de horas. Una valoración por el instante y lo efímero que se ha visto plasmado con resultados más concisos en su Escala de pseudo colores (2004), un disco de canciones registradas con una grabadora reportera, y vueltas a registrar para aprovechar el desgaste de la cinta como efecto y la baja fidelidad. Una música de dormitorio que juega en su solipsismo y vuela entre sus nubes. Ambos discos salieron editados en una misma edición que llevó el nombre de Portanube. Roger viene trabajando en otro proyecto que incluye teclados y la ayuda de una cantante (“casio y voz”), bajo el nombre de Polaroid, con el que acaba de editar un breve y realmente notable disco llamado Crépuscule que tiene mucho de ese candor oscuro y alucinado de bandas como Cranes o Mellonta Tauta pero con un brillo personal que los hace únicos.
En una línea diferente, no podemos olvidar el trabajo solista en plan Lo FI que viene haciendo Óscar Reátegui bajo el nombre de OAR, con sus melodías de guitarra de palo y balbuceos. Está próximo a editar un disco.
Ya en otro ámbito pero con esa vocación intimista/naif Santiago Pillado (baterista y líder de El hombre misterioso) editó Caudillismo y Pedigrí (2004), música hecha para un proyecto en conjunto con el artista visual José Antonio Mesones que llevaba ese mismo nombre. Y que como su nombre lo expresa, cuestionaba las determinaciones sociales y el eterno problema de nuestras diferencias, plasmado en canciones experimentales, largas (un promedio de 7 minutos), con un desarrollo melódico muy intenso, al que se le agregaban bases rítmicas, teclados, guitarras de escuela indie rock, sonidos electrónicos, e incursiones latinas y criollas. Si las voces estuvieran mejor puestas podría haber sido uno de los mejores discos de pop de avanzada editado en nuestro país, pero el desarrollo instrumental, si bien simple, es tan exquisito que mientras las voces se ausentan es posible descubrir a un talentoso compositor.
Santiago Pillado dirige además el sello Descabellado Records, una disquera que entre otras cosas ha editado a quien es tal vez el único exponente de free jazz de nuestro país: Bruno Macher, antiguo saxofonista de los ska El Guetto. Macher tiene editados dos buenos discos llamados Sonic Saxófono (2004) y Mono Loco (2005) en los que incursiona por los linderos que Coltrane y Mingus abrieron y que él busca también ampliar gracias a la construcción de instrumentos propios.
Colofón
A grandes rasgos eso es lo que ha estado ocurriendo secretamente por estos lares. Y eso es lo que ocurre actualmente: música que circula en un espacio en permanente construcción. Un espacio que está allí y allá, fragmentado, disperso, como un libro deshojado que se esparce. Y en esa entropía se generan identidades, discursos, historias, aventuras. Así parece hablar una generación, desde ese lugar incierto donde algunos han podido sembrar un universo personal. Y así funcionan las cosas por estos días, al margen, en una continua lucha por autoafirmarse allí donde nadie gobierna.
FIN
Luis Alvarado
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