Monday, March 06, 2006

Reduccionismo: De la inocencia perdida al oscurantismo escéptico

Desde que esta tendencia de, llámese sin temores, reduccionismo http://esculpiendo.blogspot.com/2006_01_01_esculpiendo_archive.html (definición aceptada entre sus precursores), ha propagado su dogma entre los lugares más recónditos, incluyendo Buenos Aires, se estableció un debate aún no muy contendido. Sí, en el Líbano también hay una autoproclamada escena (véase The Wire, mejores discos del 2005, rúbrica "Jazz & Improv", Mazen Kerbaj y otros), así como en cada rincón de Europa y Asia. No sólo en Londres, Tokio y Berlín, dos de los epicentros iniciadores, sino en cada rincón donde se busque. Al punto que iniciar una conversación con un improvisador en Europa significa hacer referencia al new silence.
¿O será un obsesión personal? Esta determinada forma de hacer música ha alcanzado el estadio de intocable en ciertos círculos, o es tratado con desprecio por sus (visiblemente muy, muy pocos) detractores. El nuevo silencio marca el signo de los tiempos, donde la escasez de contenido se convirtió asimismo en el lenguaje de la prensa que ciegamente apuesta a un signo de dudosa renovación, a una estética ardua de diferenciar entre quienes la practican, al "mal necesario" de buscar cuáles son las tendencias calientes y atribuirles créditos desesperadamente. Algo similar al new weird America o al free folk finlandés, son estrategias inflacionarias para alimentar la sed de novedad.
De todos modos, en una ciudad como Berlín, la escena, que parecía condenada a su propio entorno cuando se gestaba allá por 1999/2000 (lo cual le impartiría un dejo de particularidad o color local), goza de una publicidad internacional inaudita (cuántas veces fueron a tocar Schlippenbach o Brötzmann a Buenos Aires?). Y no es de sorprenderse, dado que una música que ideológica y estéticamente apuesta a la supresión del ego, de los sonidos, de las notas, o del desarrollo de un tema, evitando "contar una historia"(1) y así poder aspirar a la completa abstracción (o a una construcción cubista, como en las artes plásticas) en demanda de la concentración del oyente en la infinitésima partícula sonora, contradictoriamente ha editado discos por doquier, conquistado el mercado, y abierto un quiosco para la venta de su producto, un producto que a pesar de ser manufacturado, corre el riesgo de convertirse en “hecho en serie”.
Este fenómeno último parece tocar a quienes practican este tipo de improvisación, para los cuales parece haberse agotado el recurso y hoy en día es casi común encontrarlos metidos en un grupo de….noise!, abrazando lo opuesto: el volumen, la expresividad, los decibeles, y en cierto modo, la locuacidad que tanto le criticaran a sus antecesores y en contra de los cuales se rebelaran. ¿No es dicho comportamiento un tanto sospechoso?
Sin embargo, algo que algunos profetas del reduccionismo improvisado parecen olvidar, es el dar los créditos a la música compuesta y contemporánea donde estas ideas “radicales” de las cuales se adueñaron tuvieron su génesis (aunque algunos de ellos estén activos en ambos campos y sean muy concientes de las relaciones existentes, p. ej. Michael Moser, Polwechsel, Robin Hayward, Sabine Vogel, Rhodri Davies). No sólo saldar deudas estéticas con John Cage o Morton Feldman, sobre los cuales parece haber sólo ideas más bien superficiales, sino también Christian Wolff (“String Trio” o “Stones” manifiestan esta esencia) o el dogmático grupo de compositores Wandelweiser (Burkhard Schlothauer, Antoine Beuger, Michael Pisaro, Carlo Inderhees entre otros), de donde el recalcitrante avanguardismo de Radu Malfatti también es parte esencial. Sin olvidar los electrónicos „timbres muertos“ del belga Karel Goeyvaerts, las texturas transparentes del japonés Jo Kondo, el radicalismo disidente del maverick James Tenney.
La popularidad de la estética árida e imperturbable del compositor alemán Helmut Lachenmann es entendible en este contexto, quien brindara un amplio espectro de técnicas de ejecución alternativas como epicentro de sus composiciones, donde los instrumentos acústicos se ven sumidos a los abusos de ejecución en pos de generar ruido textural, proclamar así un gesto de destierro del clasicismo, y generar un año cero, de cara opuesta a la expresividad, al desarrollo orgánico.
Si bien la estrategia de la reducción (reduktion en alemán: simplificación, achicamiento, retroceso) goza de una popularidad actual, es en el campo de la música escrita un dilema anterior en reacción a la música de patterns del minimalismo de los 60’s, un intento desde un punto de vista eurocentrista, de generar una alternativa a las velocidades excesivas del serialismo, sin perder la complejidad inherente a la música escrita. “Pocos acontecimientos en un área temporal amplia, dan la posibilidad al oyente de percibir la complejidad e individualidad de cada acontecimiento”, según el compositor berlinés Burkhard Schlothauer. Una nueva solución genera un nuevo problema, dado que el silencio como materia compositiva o de la improvisación (instant composing dirían los free jazzers) usado ad infinitum y sin discreción, se ha convertido en un vicio atosigante, la perpetua tensión de la negación que detrás de sí no esconde afirmación alguna.

Marcelo Aguirre

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