Una cosa sí era mejor en la Unión Soviética bajo el régimen comunista: el humor. En los días apenas pasada la Revolución, los rusos solían reírse con bromas como esta:
Una vieja campesina visita el zoológico de Moscú, y al ver un camello por primera vez en su vida dice: “¡Ay mi Dios, qué le han hecho los bolcheviques a los caballos!”.
A medida que las cosas empeoraban, los chistes –anekdoty- mejoraban. Ben Lewis ha escrito “una historia del comunismo contada a través de chistes comunistas”, bajo el titulo, adecuadamente apenas ridículo, de Hammer & Tickle [algo así como El Martillo & El Cosquilleo, creo]. Muchos de los chistes eran sobre gente que había sido enviada a campos de concentración solo por contar chistes [como muestra para el caso de la República Democrática Alemana ese excelente film del debutante Florian Henckel von Donnersmarck, La vida de los otros, aunque allí el destino de nuestro penoso bromista es la degradación laboral, no la cárcel]:
Un juez está sentado en algún rincón de la corte, convulsionado por la risa. “¿Que le parece tan gracioso?”, pregunta alguien, un funcionario. “Acabo de escuchar el chiste más gracioso en toda mi vida”. El funcionario le pide que se lo repita. “No puedo. Acabo de sentenciar a alguien a cinco años de prisión por hacer eso”.
Un chiste en relación a las grandes obras de ingeniería es el siguiente:
El margen derecho del Mar Blanco ha sido cavado por los que contaron chistes anti-comunistas.
¿Y el izquierdo?
Por quienes los oyeron.
Los chistes judíos fueron particularmente populares entre judíos. “¿Cómo hace un judío ruso inteligente para hablar con un judío ruso bobo? Por teléfono, desde Nueva York”.
Y hay de otro tipo de chiste que ha derivado de las dificultades en relación a las publicaciones en la URSS, y en particular a ese recurso revolucionario, pero de verdad, llamado samizdat:
Una mujer le lleva a un tipógrado un ejemplar de La Guerra y la Paz. “¿Por qué quiere que copie esto? Si usted sabe que lo puede comprar en los negocios”. “Ya sé –contesta ella-, pero es que quiero que lo lean mis hijos”.
Fragmentos de uno de los comentarios que componen la sección NB del Times Literary Supplement, del 6 de junio de 2008 –traducción, Sergio Di Nucci.
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