“En Francia el pop equivale a cascos, cachiporras, policías, barras de acero,
rebelión, represión, conciertos libres. La música desaparece con frecuencia
detrás del fenómeno social. Nada hay de sorprendente acerca de esto. Desde Mayo
del ’68 el movimiento juvenil ha sido severamente reprimido, los militantes,
encarcelados, las acciones políticas, sofocadas o envueltas en secreto por
necesidad. Fuera de la fábrica o el lugar de trabajo, la juventud sólo cuenta
con un sitio propio donde reunirse: el concierto de rock.” Esto decía la
revista Actuel en “Free, pop et
politique”, un artículo de comienzos de los ’70. Una nueva idea del rock, ya no
como diversión sino como dimensión de la protesta juvenil, se extendía en
países como Francia, Alemania e Italia; una suerte de izquierdismo cultural que
tendía a sustituir a aquel otro, perseguido y estigmatizado, de la política
revolucionaria. Hasta los grandes sellos discográficos, en Francia igual que en
Inglaterra, pugnaban por apropiarse de esta retórica rebelde: Pop music révolution (CBS France), Underground (Compagnie européenne du
disque) y Progressive évolution musicale
(Polydor) bautizaban las nuevas series de música progresiva gala. Esta
ampliación del mercado contrastaba con la nueva línea dura adoptada ante el
descontento de la juventud, que seguiría a la incompleta liberalización que el
primer ministro Jacques Chaban-Delmas promulgara en el ’69. Si bien las medidas
iban dirigidas contra grupúsculos radicalizados como los maoístas de la Gauche
prolétarienne, disuelta por el gobierno, encarcelado su líder Alain Geismar,
alcanzaban también a la política de los festivales.
Durante el verano caliente de
1970 muchos festivales pop se convertirían en escenario de la disputa entre las
fuerzas del orden y los agitadores gauchistes,
que reclamaban entrada gratuita y la liberación del evento para le peuple. El fracaso más renombrado
sería el del Festival de Biot. A raíz de este contexto hostil, en octubre del
‘70 surgiría el FLIP (Force de libération
et d’intervention pop), colectivo de bandas under francesas -Komintern,
Maajun, Dagon, Fille qui mousse, ligadas algunas a agrupaciones de extrema
izquierda como la Ligue Communiste Revolutionnaire, La Cause du People o Vive
la Révolution- que reclamaba la gratuidad de los recitales, combatía la
recuperación del rock por la industria y se oponía a la represión gubernamental.
La intervención de estos guerrilleros culturales en la Isla de Wight no hacía
más que trasladar la agitación continental a las aguas mucho menos encrespadas
de una gran Bretaña cuyo propio ’68 había transcurrido sin mayor intensidad.
En Italia las cosas serían
aún más radicales, puesto que allí la contracultura juvenil coincidiría con
“los años de plomo” que caracterizan la sórdida guerra civil entablada entre el
estado y las Brigadas Rojas durante la década del ’70. “Riprendiamoci la
musica” (Recuperemos la música) fue el grito de batalla de los militantes
juveniles en pos de la música gratis, en una lucha que culminaría con el
estertor de la ideologia della festa a
partir de los desmanes del Festival de Parco Lambro de 1976, verdadero funeral
de la contracultura y el prog mediterráneos.
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