Monday, August 05, 2013

ALAN COURTIS & Los TELERGIA

Un foco de luz roja cae sobre la larga cabellera que cubre su rostro.  Siempre mirando hacia abajo, buscando los objetos que hará sonar, pisando pedales, manipulando cables y micrófonos de contacto. Se acerca lentamente a una mesa -que es, literalmente, una mesa de disección- repleta de consolitas, mezcladoras, una laptop. Allí suben y bajan los objetos: un secaplatos que oficia de rallador, un sonajero hecho de llaves colgadas a una maderita, una asadera que vibrará por el efecto de unas barritas de metal, un pequeño arco con cuerda ...  Me recordó la mesa que armó Pierre Bastien en la Alianza Francesa, en julio de 2009, cuando vino invitado por Jorge Haro al ciclo Limb0. La misma dedicación, la misma concentración -y pasión- para darle vida a las cosas, para hacerlas mover a contramano, y sobre todo, para hacerlas sonar en modos inusuales. 
En el concierto del viernes, en el Centro Cultural de la Cooperación, Alan Courtis por fin dejó estampar su nombre completo y sin dislexia en la cartelera porteña. Y demostró contundentemente su capacidad de liderazgo.
Si en la primera parte del concierto monta la escena en la que protagoniza su calidad de solista, en la segunda afila la batuta de su guitarra eléctrica, levanta la cara y se yergue para prestar atención a las propuestas de sus dos compañeros: Mateo Aguilar  -un baterista muy afecto a los platillos - y Ale Leonelli, quien barajó en forma alternada el bajo, un organito eléctrico y pedales ruidosos.
Como Jano, el recital tuvo sus dos caras, dos ambientes, los dos aspectos de lo uno y lo múltiple; de lo distinto, por la formación y experiencia, pero ineludiblemente unidos por la energía que Courtis supo generar desde el comienzo: Cuando arrancó solo y se sumergió en ese mundo infrarrojo de sonidos únicos, combinados aleatoriamente, sin ensayo previo; un mundo que se va creando en cada segundo, espontáneamente, y que por ser tan suyo, puede brindarlo al universo y compartirlo. No digo que sea fácil escucharlo, o placentero... no faltan las  estridencias, los agudos, las distorsiones... No deja de ser noise pero es un ruido que entra por los poros, que nos lleva de viaje, y al mismo tiempo reclama nuestra atención: Como la de Pierre Bastien, es música para ver y escuchar.
 Luego la luz roja se apaga y en su lugar, sobre el telón de fondo, se proyectan rectangulitos ocres, grises y marrones. Comienza la segunda parte; entran los otros músicos, cambia la historia. El color de la música se opaca un poco ante ciertos desencuentros, ante la inseguridad del baterista de Morbo & Mambo que frente a la duda persiste en un ritmo monótono y aplatillado. El bajista de Honduras, en cambio, prueba distintas salidas y encuentra su rumbo cuando se agacha, cuando acerca el oído y se anima con punteos armoniosos que traen algo de alivio a la insistencia ruidosa de los pedales.
Finalmente la telergia logra su efecto. Esa energía  “somática e invisible” que había emergido al principio del manojo de llaves y del violincito de una sola cuerda, ya ha sido “transformada y exteriorizada”, ya  se ha condensado y se ha dispersado en el aire, no sólo entre los músicos –que hacia el final definitivamente se encuentran- sino que es compartida por el público, que sale del show agradecido y feliz.


Para quienes quieran saber más sobre este ciclo, vean la nota de Jorge Luis Fernández en La Nación del viernes 2 de agosto de 2013, en http://www.lanacion.com.ar/1606566-musica-paralela-un-ciclo-con-el-lado-oscuro-del-rock. También, http://conciertosdemusicaparalela.blogspot.com.ar/

                                                                                            Cristina I. Fangmann

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