Saturday, September 11, 2004
No way con la no wave
James Chance & The Contortions
1- La no wave apenas duró un suspiro. Comenzaron a identificarla como tal a raíz de la aparición de unas cuantas bandas -Contortions, Teenage Jesus and the Jerks, DNA, Mars, Theoretical Girls, Tone Death, The Gynecologists- en el Artists Space, una galería alternativa del Soho, en Mayo de 1978. Si bien algunas, como Mars, databan de fines del ’75, hasta entonces, la escena había girado casi exclusivamente en torno a clubes como el CBGB y el Max Kansas City (con Ramones, Television, Patti Smith, Talking Heads, etc.)
Para el ´80, los grupos que dos años antes habían participado del mítico No New York, producido por Brian Eno, se hallaban en vías de extinción.
No obstante, aquellos fueron años en los que se tejieron algunas relaciones sorprendentes. La estética del do it yourself, de aparente raigambre punk, se enriqueció con actitudes que hoy no vacilaríamos en definir como arties. La experimentación reinó soberana. Se violaron los límites entre las distintas disciplinas artísticas. Las distinciones entre “high” y “low culture” perdieron su sentido. Se fundaron clubes legendarios -el Mudd Club, Studio 57- donde arte, video, música y performance convivían en interminables noches de glamour y drogas fuertes. Allí aumentaron su fama y sus cuentas bancarias Keith Haring, Julian Schnabel, Jean Michel Basquiat, Kenny Scharf: artistas plásticos que poco tiempo atrás eran visibles tan sólo a través de sus graffities en los muros del metro neoyorquino y ahora oficiaban como curadores o decoradores de esos nuevos espacios nocturnos. Directores experimentales se largaron a filmar en Super 8, legándonos sendos testimonios como Underground USA de Eric Mitchell y Blank Generation de Amos Poe. Otros -Jim Nares y Jim Jarmusch- repartieron su tiempo entre la música y el cine en grupos como Contortions y Del Byzantine. Se renovó el downtown neoyorquino con una nueva generación de músicos -Glenn Branca y Rhys Chatam entre otros- que lucían impecables credenciales de no wavers. Saltó por los aires la antinomia previa entre punk y disco music con la aparición de sellos como Ze y 99 Records. Y, efecto irónico de esa bohemia originaria, el éxito de varios de sus cultores inició el proceso de aburguesamiento de barrios como el East Village y el Soho que persiste hasta nuestros días. Para parafrasear una típica ocurrencia de Andy Warhol refiriéndose al Mudd Club, aquellos eran los tiempos en que los “errores” podían ser llamados “experimentos”. En los que el rock, por un breve instante, pareció dirigir los desvelos de cuanto artista andara suelto por ahí.
2- Un proceso complejo que merecería una descripción detallada. Pero el propósito de este artículo es menos ambicioso. Se trata apenas de suministrar una introducción general acerca de la no wave y algunas de sus consecuencias sonoras más visibles (audibles).
Para ello, es menester reparar en ciertos rasgos comunes. En principio, casi todo el mundo en la no wave provenía de algún lugar ajeno al rock: de la poesía (Lydia Lunch de Teenage Jesus, Adelei Bertei de Contortions), del film experimental (James Nare de Contortions, Arto Lindsay de DNA, Margaret Deweys de Theoretical Girls), del teatro de vanguardia (Glenn Branca de Theoretical Girls, Mark Cunnigham y China Burg de Mars, Gordon Stevenson de los Teenage, el propio Lindsay), de la escultura (Robin Crutchfield de DNA), de las artes visuales (Pat Place de Contortions, Sumner Crane y Nancy Arlen de Mars), del free jazz (James Chance) o de la composición contemporánea (Jeffrey Lohn de Theoretical Girls). Resulta lógico entonces que las capacidades instrumentales de la mayoría esquivaran el virtuosismo y, en muchos casos, se aproximaran a la ineptitud lisa y llana. El esteticismo y la pureza del sonido no se encontraban entre sus prioridades. Sí, la irreverencia y la confrontación. Sus canciones eran miniaturas sónicas repletas de acordes disonantes y agudos. Hasta tal punto que la melodía se esfumaba para dejar paso al protagonismo de las texturas.
Actitud que no carecía de antecedentes. Velvet Underground y el proto-punk de The Godz en el sello ESP a finales de los ’60 anticipaban posibilidades que la no wave desarrollaría con delectación casi enfermiza. Los experimentos de la Plastic Ono Band y del primer disco de la Nihilist Spasm Band por la misma época tendrían también su incidencia en la gente de Teenage Jesus y Mars. La explosiva mezcla de rock, funk y free jazz de un disco como el Fun House de los Stooges repercutiría en el sonido de Contortions. Y las improvisaciones tímbricas de Albert Ayler y Sonny Sharrock dejarían su legado en una banda como DNA, quizás la más extraordinaria de todo el lote.
Importa poco si los no wavers eran o no conscientes de esas influencias. A diferencia del punk previo, su desprecio por la tradición rockera era total. Su relación con los linajes musicales era tan exploratoria como la que tenían con sus instrumentos.
Entre los ritmos entrecortados de las baterías, las guitarras fracturadas, los fraseos de algún saxo, los clusters de piano y las repeticiones del órgano se adivinaba una urgencia que oficiaba casi como una parodia acelerada y furiosa del incipiente aburguesamiento del punk en la new wave. El one, two, three, four! con que Theoretical Girls iniciaba sus temas semejaba el sonido de unos Ramones que abandonaban la calle para transmutarse en dandies de galería de arte. James Chance agredía multitudes con el punk funk de Contortions en los clubes de moda para sacarlas de su marasmo y volverlas concientes del racismo inherente a su supuesta rebelión anarquista y a su desprecio por el dance. La batería de Ikue Mori constituía un metrónomo perfecto para arropar las astillas de ira que desgranaba la guitarra de Arto Lindsay en DNA. Las vocalizaciones de este último, de Lydia Lunch y de los otros convocaban alaridos y quejidos que cortejaban las innovaciones glotales de la poesía fonética dadaísta.
Una sexualidad sin finalidad aparente y el caos que surgía orgulloso de entre la confusión general los dotaba de un filo crítico indiscutible. En cada ataque instrumental parecía irles la vida, pero no tardaban mucho tiempo en trastocar todas las coordenadas, hasta que nuestros castigados oídos dejaban de identificar el sonido preciso de cada instrumento y comenzaban a regodearse en esa masa amorfa de agresividad continua. Un clásico como el “Helen Forsdale” de Mars resulta paradigmático en ese sentido.
Tal vez la característica esencial de la no wave consista en cómo a través de los medios más sencillos obtenían un grado de abstracción harto complejo. De ahí que, por un momento, el mote de minimalistas que les endilgó la crítica se mostrara acertado.
3- La cosa no podía durar y no duró. Más temprano que tarde sobrevino el olvido, mientras los sobrevivientes se reagrupaban en una segunda ola de bandas femeninas (UT, Y Pants); en proyectos de eminente vocación vanguardista (Kip Hanrahan, Glenn Branca después de Theoretical Girls y The Static, Rhys Chatham después de su breve experiencia con The Gynecologists, Tone Death y Arsenal, todos preocupados por la composición extendida para grandes ensembles); en una serie de bandas efímeras -Beirut Slump, 13.13, 8 Eyed Spy- hasta iniciar una carrera solista, como en el caso de Lydia Lunch; en la movida del dance experimental (Liquid Liquid, Konk, el Gray de Basquiat, Bush Tetras); en conjuntos eclécticos inspirados en el funk o el jazz como Defunkt y Lounge Lizards; agonizaban como entertainers de cabaret -el caso de Chance después de su disco como James White and the Blacks-; se perdían en la oscuridad –Red Transistor (con el guitarrista Rudolph Grey), Don King (originariamente un trío con Cunningham y Burg), Information, Blinding Headache, los Glorious Strangers de Warthon Thiers, los Dark Day de Robin Crutchfield y Mofungo, una banda cosmopolita que llegaría a incluir al mismísimo Elliott Sharp- o inspiraban a algunas de las estrellas nacientes de los ´80 -Swans, Pussy Galore y, fundamentalmente, John Zorn (fanático de DNA) y Sonic Youth (alumnos de Glenn Branca y participantes en algunas de sus sinfonías, con un pedigree asombroso de colaboraciones con los no wavers que además de Branca incluyen a Ranaldo tocando con Chatham y a Gordon en trío con Christine Hahn de The Static y Miranda de Arsenal)-.
Recién promediando los ’90 le llegó a la no wave una tibia reinvindicación, con combos como Crouch en Detroit y Harry Pussy en Miami. Hasta el día de hoy, cuando casi todo el mundo parece deberle algo: Black Dice y Animal Collective en New York, Flying Luttenbachers y US Maple en Chicago, Erase Errata, The Liars y Yeah Yeah Yeahs, Scissor Girls y Arab on Radar. Mars y DNA disfrutan de recientes y definitivas reediciones. El sello ZE Records vuelve a la carga mientras desempolva sus discos clásicos y sus compilaciones esenciales. Se redescubre a compañeros de ruta como Arthur Russell. Contortions revive en el punk funk de !!! y The Rapture. El post punk británico se cruza con la no wave para generar los sonidos del presente. Y así hasta el infinito. Pero hoy no es ayer. Y ese momento mágico entre el ’78 y el ’80, por más productivo que sea su legado, no volverá a repetirse jamás. Ningún sendero de la historia puede recorrerse dos veces. Aunque cada tanto, los muertos salgan de su aislamiento y eso que parecía unos funerales sin honra termine convertido en acuciante actualidad. ¿Será que nuestro tiempo comparte algunas características preocupantes con el que atestiguó el despertar de la negatividad a ultranza de la no wave?
Norberto Cambiasso
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