Tuesday, July 15, 2008

¿La penúltima entrevista de Gore Vidal?


Por Mary Makefield

Mato el tiempo esperando a Gore Vidal en el Claridge: ojeo sus memorias, observo fotografías. Admiro una en especial: Gore a los tres años, en el parque de la casa de su abuelo, en Washington DC. Mira a la cámara, a medias contento, completamente seguro de sí mismo.
“¿Me está esperando?”. A mi derecha, a una altura de silla de ruedas, están los mismos ojos, 80 años después. Nos damos la mano y hago sí con la cabeza. “Bien”, dice Gore Vidal, “vayamos entonces por un trago”, y dirige las ruedas en dirección al bar, ayudado por italianos lindos.

Gene Luther Gore Vidal (se quitó los dos primeros nombres “por razones políticas y estéticas”) ha vivido (como él mismo dice) tres cuartas partes del siglo XX y casi un tercio de la historia de los Estados Unidos de América. Pero no deja que intervenga el drama: fue protagonista de la historia norteamericana, escribió el guión. Compartió fiestas con JFK, durmió con Jack Kerouac, tomó té con André Gide, esquió con Garbo, nadó con Nureyev, viajó con Tennesse Williams y siempre que pudo puso a su némesis, Truman Capote, en su lugar.
Y está aquí ahora, bebiendo whisky con soda: canoso pero siempre apuesto, me mira con sus ojos pálidos, cándidos. Me pone nerviosa. Soy una fan de Vidal. Creo que Perpetual War for Perpetual Peace debería ser bibliografía obligatoria; el volumen de sus memorias, Palimpsesto, es brillante.
Comienzo por sus comienzos. Nina Vidal no fue una madre ideal, ¿no? “No. Era una borracha, un monstruo. Pero yo no la tomaba en serio. Simplemente la ignoraba. Era lo único que podías hacer con ella a menos que quisieras que te asesinara. Pero seamos equitativos, no creo que la mayoría de las mujeres sean buenas madres, o que los hombres sean buenos padres”.
The City and the Pillar provocó un escándalo nacional. Fue, como dijo Bernard Levin, “la primera, y digna, novela norteamericana homosexual”, y fue un bestseller, apenas por detrás de 1984, de Orwell. Pero Vidal no la escribió para hacer lío, la escribió para decir la verdad. “Jimmy era mi otra mitad”, dice. “Creo que los chicos a menudo sienten eso. Me parece que los chicos se enamoran más locamente entre ellos de lo que alguna vez lo hacen con una chica”. ¿Te parece? “Sí, pero luego hay que lidiar con las cosas y todo eso, y tolerar las presiones de la sociedad. A veces son muy felices, a veces no lo son”. ¿Todavía piensa en Jimmy como el gran amor de su vida, teniendo en cuenta que la última vez que lo vio fue hace más de 60 años? “Por supuesto, ¿por qué no?”. Vidal se sorprende. “El amor es una constante. No ha habido mucho en mi vida, por eso le reservo un honorable lugar”.

The City and the Pillar debió arruinar las credenciales políticas de Vidal. Pero, como él mismo dice, “la política vino naturalmente hacia mí” y en 1960 fue candidato para el Estado de Nueva York. Estuvo a punto de ser elegido, y recibió más votos que ningún otro candidato demócrata en 50 años.

Me menciona más de una vez la parcela de terreno que tiene en el Cementerio de Rock Creek, donde los restos de su compañero de tanto tiempo, Howard Auster, han sido enterrados hace unos años, y donde tiene pensado que entierren los suyos. Última pregunta, le anuncio. “¿Qué cosas sueña últimamente?” “Ay, mayormente cosas sobre la muerte”, dice Vidal con calma. “Sueño que sé que estoy muerto, pero trato de persuadir a la gente de que no lo estoy, pero no me quieren creer”. Sonríe, me da la mano y exclama con fingida alarma: “¡Tiene las manos frías!”. Corazón caliente, respondo. “Mi corazón está frío”, dice. Y me da un beso de adiós.

Fragmentos de la entrevista a Gore Vidal -The Spectator, 24 de mayo de 2008, traducción S. D.

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