"Toda literatura es política", hemos oído decir tantas veces. Y sí, desde luego: desde un punto de vista, cómo no estar de acuerdo. Todo es "político", en términos muy amplios: desde preferir una marraqueta a una salteña, o una Wari a una Paceña, u oír folklore y no cumbia, o las dos cosas, etc. Pero entonces, ¿por qué no escuchamos o leemos con la misma frecuencia frases como, por ejemplo, "toda lo político es literario"? Que de nuevo, en un sentido, quién puede negarlo por Dios.
Hay frases que esconden toda su banalidad a fuerza de prepotencia. La de que "toda literatura es política" es, además, peligrosa. Porque conduce a reducir a la literatura, o el arte en general, a una batalla de buenos contra malos, y a aplicar los valores de hoy a un pasado que no los conocía, y por lo tanto no eran los suyos. Hoy, en Estados Unidos, algunas universidades prohíben leer a Eurípides (es misógino y "falocéntrico": de derechas). Y en los catálogos de los museos europeos más importantes -que redacta la generación que solo leyó a Foucault, o algunas páginas- encontramos esa misma idea: a Leonardo da Vinci lo comparan con Berlusconi, y a David con Sarkozy.
Sergio Di Nucci
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