Las estructuras elementales del terrorismo
La idea de que los sólidos pilares de Occidente son impotentes ante las embestidas del arte fue en sus orígenes del todo romántica, en el peor sentido de un término sin otros atributos. Fue defendida desde barricadas políticas o filosóficas que se disparaban a muerte entre ellas. En la década de 1930, cuando el panorama del mundo sugería que el capitalismo y las democracias liberales habían dejado de ser un destino, interminables intelectuales de izquierda y derecha celebraron el fin del universo. Ni particularmente fervorosa ni militante ni siquiera atractiva fue la fe de quienes defendieron, a la vez, el arte pop y la democracia representativa. En la vereda de enfrente, poco importaba si fascistas y bolcheviques exaltaban un futuro más glorioso y más jerarquizado que el mejor de los pasados o un porvenir sólo sujeto a dictaduras de soviets piqueteros o de centralizados partidos proletarios. Por un momento, los perfectos esponsales a distancia entre artistas reaccionarios, nazis o comunistas parecieron tan inexorables como indesctructibles. Los ataques que efectuaron al capitalismo resultan hoy curiosos, incomprensibles, rotundos, irreductiblemnte ajenos a su tiempo y al nuestro.
En algún punto (y es sólo en algún punto), el compositor alemán de vanguardia Karlheinz Stockhausen revivió este clima de época cuando en septiembre de 2001 ofreció en Hamburgo, alejado de la escena del crimen, una meditada conferencia sobre los atentados a las Torres Gemelas. A poco menos de una semana de los ataques, Stockhausen sentenció que “fueron la mayor obra de arte jamás hecha en todo el cosmos. Ahí tuvimos a personas concentradas en esa performance, y luego, bueno, cinco mil de ellas fueron despachadas hacia la eternidad, en apenas un instante... Yo no podría hacer eso nunca. En comparación, nosotros, como compositores, no somos nada".
Porque el tema parece hoy ineludible, la Universidad de Chicago acaba de publicar un libro cuyo título es, él mismo, una invitación a la polémica: Crimes of Art and Terror, del famoso crítico marxista Frank Lentricchia y Jody McAuliffe. La estructura del libro busca ser igualmente polémica. Los autores agrupan a celebridades de los últimos 200 años en especies de diálogos, repletos de sentencias y opiniones. La técnica de tijera y plasticola sorprende con sus hallazgos, pues de pronto el poeta de la naturaleza William Wordsworth aparece conversando plácidamente sobre terrorismo con Theodore Kaczynski (alias Unabomber). Después de todo, los dos intelectuales opinaban que la revolución industrial fue “un desastre para la raza humana”. Hay muchos más diálogos. Con un estilo pseudo literario, los profesores Lentricchia y McAuliffe, se las ingenian para satisfacer el sueño húmedo de Bret Easton Ellis (charlar con Dostoievsky), y para que el inmigrante polaco Joseph Conrad departa con el italo-norteamericano Francis Ford Coppola. La obra de arte del libro es, sin duda, el diálogo entre Heinrich von Kleist y Mohammed Atta, digna de inspirar una ópera-consuelo a Stockhausen. El poeta romántico alemán, que se suicidó con su novia en 1811, dialoga con el artista del suicidio del 11 de septiembre de 2001, el islámico no menos lúcido ni suicida, que murió derrumbando el World Trade Center a bordo de un desviado avión comercial. El capitalismo no colapsó. Sin embargo, muchos fundamentalistas y progresistas -los fascistas y comunistas de 2004- aceptaron que las vidas de unos cuantos miles de inmigrantes ilegales latinos que fregaban los pisos a las nueve de la mañana fueran el precio para un golpe mortal.
Sergio Di Nucci
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