Arcones del olvido Inauguramos nuestra sección de archivo con dos notas (Patti Smith y Nick Drake) que, cortajeadas gracias a los oficios de un editor inepto, aparecieron hace ya algunos años en la revista Tres Puntos. Las reeditamos en su forma original, como fueron escritas antes de que fueran diezmadas por la censura disfrazada de autoridad del susodicho editor. Como documentos de una época, renunciamos a actualizar la información. En el futuro publicaremos algunos artículos de viejos números de la propia Esculpiendo.
Patti Smith. La cortesana convertida en reina
Quiso la suerte que Patti Smith tuviera su primera revelación cuando su único título consistía en ser una adolescente ambiciosa de New Jersey. El momento era 1965, el lugar, la revista Vogue, la excusa, una fotografía de Edie Sedgwick. Se encontraba la actriz de Warhol sobre una cama, en una pose de ballet. Ella misma era lo que solía decir de las películas del propio Andy: una escultura de Henry Moore fuera de foco.
Patti, con la lucidez breve, cortante, que su desbocada imaginación convertiría luego en principio de sus poemas, sospechó en un instante más cosas de las que había vivido: que las cortesanas podían convertirse en reinas y la sensibilidad en talento, que la inteligencia también podía ser bella si se la conectaba con la circunstancia histórica concreta, que una vida hecha a base de velocidad retendría siempre el duradero encanto del rock'n'roll y que New York constituía un peregrinaje obligado para que las ambiciones no decayeran hasta el nivel de los sueños frustrados.
Hasta entonces, para esa teenager de diecisiete años, el mundo había pasado a través del ojo distante de las imágenes. Ni conciertos, ni discos, ni grandes aventuras. Ni siquiera demasiadas relaciones con la gente. Según cuenta, la revista Vogue era su conciencia completa.
En 1968 se muda al Hotel Chelsea con un compañero curioso: el fotógrafo Robert Mapplethorpe, quien la eternizaría más tarde en su privilegiada colección de retratos. Comienza a vislumbrarse esa capacidad que sería esencial para el desarrollo de su carrera, la de situarse siempre en el momento correcto y el lugar preciso. Juntos recorren las inmediaciones del Max' s Kansas City, templo del rock que los caprichos warholianos y la energía de Velvet Underground habían elevado ya a la categoría de mito. Precedente dócil de un futuro sonriente, el Patti Smith Group haría lo propio con el CBGBs en los albores del punk.
Hacia 1974, esa introspección aislada de antaño acumula las experiencias necesarias para adquirir una tonalidad propia, una inflexión que se adivina en su poesía pero cuya intensidad más característica sólo traducirán sus canciones. Habiendo publicado dos libros de poemas, escrito para la Rolling Stone y trabajado en teatro con Sam Shephard, Patti prepara el terreno con paciencia. Su mundo terminaría por alcanzar el de las señoriales fotografías de su adolescencia. Pero en el camino, las imágenes destiñen las nuevas pautas de la historia. Yace olvidada la belleza amarga de Edie Sedgwik, el nuevo mito es una terrorista y se llama Patti Hearst. A esta otra Patti se refiere la Smith en su primer single, Hey Joe/ Piss Factory, grabado en Junio del '74.
En apenas cinco años, el Patti Smith Group alcanza una gloria que ninguna de sus resurrecciones posteriores volverá a concederle. Claro que la época acompaña. El underground neoyorquino se reune en torno a un reducto del Bowery que su propietario Hilly Kristal decide bautizar con las iniciales CBGBs. Allí toca todos los domingos Television, un trío cuyas cabezas visibles, Tom Verlaine y Richard Hell, emprenden la tarea de reconvertir el imaginario de los poetas simbolistas franceses de finales del XIX a pura electricidad. Un cuarteto de flequilludos callejeros, que se hacen llamar The Ramones en homenaje al primer seudónimo de Paul McCartney, reduce el pop al absurdo en canciones básicas de tres minutos que siempre comienzan al grito de '¡1- 2- 3- 4-!', como si la estructura rítmica primitiva que las caracteriza les resultara tan difícil de aprehender como una ecuación matemática. En Diciembre del '74 ya están tocando en el mismo lugar. Allí también consigue Patti un contrato para que su banda incendie el escenario a fuerza de energía desaforada cuatro veces a la semana.
Poco después, Hell se va de Television y escribe una canción que se convertiría en el himno de toda una época: "Blank Generation" (La generación vacía).
De repente, el punk está sucediendo en New York bajo las mismas narices de Malcolm McLaren, el factotum de Sex Pistols que por entonces se hallaba empeñado en dirigir como manager la decadencia del grupo de glam rock New York Dolls. Todo lo que los Pistols fueron e hicieron a partir del '76 - los pantalones agujereados, las remeras rasgadas, las leyendas pintadas con aerosol en sus ropas, el desprecio por su entorno, los aros por todas partes, la ira contenida, los acordes básicos- lo aprendió McLaren en su breve estadía en la gran ciudad. De hecho, hasta intentó llevarse a Hell a Inglaterra para liderar la banda que su inquieta cabeza ya estaba proyectando. Pero Gran Bretaña tendría un plus del que carecían estos protagonistas neoyorquinos, demasiado ilustrados, concientes de su propia inteligencia: las referencias proletarias que permitieron que toda una generación de jóvenes terminara identificándose con las muecas burlonas y el olímpico desprecio de un Johnny Rotten.
Patti Smith jamás se sintió culpable de que la consideraran demasiado intelectual para el mundo del rock'n'roll. Sus detractores insinuaban que lo suyo no era otra cosa que una indigestión con la poesía de Rimbaud en las traducciones de la Groove Press. Pero esa crítica, en última instancia, era fastidiosamente intelectual.
La traducción sí fue, en cambio, un principio constitutivo de su música y sus poemas. Una búsqueda desenfrenada de tradiciones a absorber. Toda la carrera de Patti Smith puede interpretarse como la exposición de su propia biografía personal. Los íconos de la cultura moderna se dan cita en una abigarrada sucesión que se equipara tanto a la desordenada sintaxis sin pausa de sus poemas como a la urgencia de su voz en los destellos eléctricos de sus canciones. Rimbaud, Godard, Jim Morrison, Robert Bresson, Jackson Pollock, Jimi Hendrix, los Rollling Stones, el papa Juan Pablo I, Patti Hearst, William Burroughs, Allen Ginsberg, los antepasados indígenas, Houdini, Marc Rothko, MC5 son apenas una breve muestra, no tanto de su voracidad culta como de su frenética obsesión por integrarlos a su propio universo personal. Muchos a los que uno detestaría en ciertos contextos, adquieren un sentido diferente en las imágenes de Patti Smith. Sólo allí parecen convivir juntos, sin contradecirse unos a otros. Sólo allí entablan un diálogo imaginario del cual la Smith es a la vez árbitro y hacedora. Son la excusa que forja su propia personalidad como estrella de rock. Porque más allá de que innumerables veces debió enfrentar la acusación de pretensiosa, Patti entendió como nadie en que consistía la verdadera fuerza del rock'n'roll. Y toda su vida estuvo tamizada por semejante filtro. Supo desde el comienzo que la cultura sólo funciona en sus aplicaciones concretas. Que podía elevar a conciencia el gesto paradigmático de esa música amada: la apropiación indiscriminada de cuanta fuente se encontrara a su alcance. Pero traducida siempre a la lengua emblemática del rock. Redujo el poema a oratoria y el rock'n'roll a su materialidad más esencial: la electricidad. 'Vive rápido' fue su consigna; pero se negó a completarla con el 'muere joven' que tanto atraía a sus compañeros de ruta del punk.
Las connotaciones elegíacas y el romanticismo apocalíptico de sus canciones podrían haber sido sospechosos desde el punto de vista de una aprehensión social. Cuanto menos, inofensivos. Pero Patti Smith no es filósofa o socióloga. Es una cantante que va lo suficientemente lejos en su conexión del rock y la cultura joven como para sonar convincente. En su grupo, esa furia minimalista que configura el soundtrack perfecto para la urgencia revolucionaria de su voz lo es todo. Un erotismo que su figura raquítica y desgarbada tendería a desmentir, aún bajo el ojo profesional de la cámara de Mapplethorpe.
La emoción aflora en los surcos de sus discos, en particular, en las cuatro gemas (Horses, Radio Ethiopia, Easter y Wave) que nos ofrendara en los '70. También en su libro de poemas más famoso: Babel. Pero es una emoción fulgurante, nunca contenida por las astucias de la razón que suelen legitimar las academias y los museos. Basta escuchar su recitado de "Babelogue" ("no he cogido con el pasado pero he cogido en abundancia con el futuro"), la musicalidad que otorga a sus poemas la repetición fonética y el arranque furioso del tema siguiente -"Rock'n'roll Nigger"- donde Patti se autoinmola ante la discriminación racial, para comprender de un chispazo aquello que mis palabras vacilantes no logran expresar. Por eso, a veces, su poesía no obtiene toda la intensidad de la que es capaz si se la abstrae del formato rockero en que ha sido pensada.
No se trata de reeditar la distinción kantiana entre sensibilidad y entendimiento. Menos aún de la adjucación, frecuente en el machismo, de una sensibilidad impoluta a la figura femenina. La obra de Patti Smith simplemente ignora ese dualismo. Para ella, sensibilidad es entendimiento. O viceversa.
El tiempo ha limado un poco las asperezas de sus años de juventud. Durante la década de los '80 Patti se recluye en las nimiedades de la vida familiar y recién decide regresar en el '88, con un álbum -Dream of Life- que fue castigado duramente por la crítica. Los '90 la ven decidida a recuperar su carrera musical con sendos discos: Gone Again y el reciente Peace and Noise. Poco queda de su virulencia de antaño. En cambio, aflora ahora una verdadera obsesión con la muerte. La de su esposo, Fred Smith (antiguo miembro del grupo- comuna radicalizado de los sixties MC5) pero también la de Allen Ginsberg y William Burroughs, a quienes homenajea en los surcos del disco. Los títulos de las canciones ("Waiting Underground", "Dead City", "Death Singing", "Memento Mori", "Last Call") reiteran el asunto. Aún así, persiste el contenido político en tiempos en que el público rockero ya no mira con buenos ojos las declaraciones de alto voltaje. Permanece la combinación de elegía y apocalipsis pero la propia historia se ha encargado de reducir sus alcances. La Beat generation, la contracultura y el punk han pasado. Y sin embargo, Patti intenta todavía mantener encendida la llama de aquellos antiguos íconos del disenso. Me la imagino diciendo algo así como: "- Sé que estoy nadando contra la corriente. Bueno, habrá que esperar que la corriente cambie". Pero tampoco ella ha podido sustraerse del todo a los designios conservadores de la época. Su presencia escénica, las modulaciones de su voz, la efectividad de la banda o la calidad vigente de su prosa no bastan ya para garantizar la fuerza que parecía poseerla en ese pasado que hoy nos suena tan distante.
El Patti Smith Group fue el primer grupo de los llamados punk en obtener un contrato de grabación de una discográfica grande. Desde su álbum inicial -Horses-, producido por el inefable John Cale, todos han sido editados por Arista. Horses, Radio Ethiopia, Easter y Wave son los cuatro títulos responsables de las andanadas eléctricas que caracterizaron su música entre el '75 y el '79. Pasarían diez años hasta el primer regreso con Dream of Life en el '88. En los últimos ocho años editó Gone Again y el nuevo Peace and Noise.
Los libros de poemas de Patti Smith son más de los que realmente he podido rastrear. Su producción poética se ha mantenido incesante desde sus comienzos, allá por 1970. Algunos títulos: Seventh Heaven, Ha! Ha! Houdini y Witt. Pero su texto seminal fue, sin duda, Babel, coincidiendo con los años de gloria del Patti Smith Group. Existe traducción al castellano en la editorial Anagrama. Early Work 1970- 1979 compila gran parte de sus obsesiones de aquella época y añade poemas inéditos, amén de las fotografías de Mapplethorpe y Judy Linn que adornan sus páginas.
Norberto Cambiasso
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