Sí, Black Dice otra vez, qué le vamos a hacer. La entidad musical más compleja y fascinante de estos días presentaba su nueva producción (Creature Comforts, DFA, 2004) en Volume, una suerte de bodega reacondicionada, situada en uno de los rincones más profundos de Williamsburg, Brooklyn, actual lugar de residencia de la banda.
Luego de que Mr. Cambiasso alcanzara una copia usada del nuevo disco y me ganara la carrera por medio cuerpo, partimos rumbo al lugar del concierto con una puntualidad asombrosa, confiados en que el horario del show sería respetado, como generalmente suele suceder. Pero siempre hay excepciones y para nuestra mala suerte, la espera fastidiosa y frustrante fue uno de los condimentos de la noche. Sin olvidar a los dos actos soportes, que también aportaron al descalabro en que se estaba convirtiendo la velada. Y uno pensaba que estas demoras solo eran parte de nuestro pintoresco panorama local.
Airborn Audio dieron inicio al recital. Un descafeinado dúo hip hop, compuesto por los ex Antipop Consortium High Priest y M. Sayyid, desplegó una propuesta errática en sus ideas, colmada de bajos saturados que remecían las tapaduras de tus caries, sazonados con una monotonía rítmica difícil de soportar. Antipop Consortium fue una entidad única e irrepetible y la ausencia del Señor Beans se nota. Demasiado a mi parecer.
The Juan Maclean venían precedidos por ciertas recomendaciones, además de formar parte del catálogo del hoy en boga sello DFA, al cual también pertenecen los Black Dice. El proyecto en sí está dirigido por el ex Six Finger Satellite John Maclean. Por lo que se logró ver y escuchar, el combo viene siendo como una continuación predecible –filtrada por toda la tendencia funk punk de estos días + DFA Records- del electro rock que supo curtir con su anterior banda: una propuesta cercana al baile, con una serie de elementos que me recordaron algunas cosas de P.I.L. o Devo pero sin acercarse al encanto de ambos. Definitivamente, sería mejor un juicio con material discográfico en las manos, aunque su aporte en la compilación del Sello DFA no da una pauta clara de su horizonte sonoro.
A la 1:45 de la madrugada, por fin aparece Black Dice. Ante un puñado de sobrevivientes a la larga noche desplegaron un set corto y contundente que despejó cualquier clase de dudas o aprensiones que uno pudiese tener. A falta de palabras, en Black Dice los sonidos y los elementos visuales expresan mucho. Con una guitarra en constante loop y millones de máquinas hábilmente manejadas por sus miembros, el ahora trío se las arregla sin problemas para reproducir la atmósfera y el encanto de sus discos.
La música de Black Dice tiene algo complejo y abstracto. Algo que por algún motivo mueve los sentidos hasta llegar a la emoción. La sociedad y el estilo de vida neoyorquino a nadie dejan inmune. La oscuridad de sus apartamentos, la migración demográfica hacia los suburbios (cortesía del ex alcalde Giuliani) y la falta de espacios verdes son capaces de ensombrecer a cualquier ser humano. La abstracta válvula de escape que ofrece el grupo se siente como un alivio, alegra el alma y, por qué no, el corazón. Una pequeña señal de positivismo se percibe en el ambiente y una prueba fehaciente son los títulos de sus discos (al menos, en la etapa en que Black Dice encontró su propio camino sonoro). Por ahí me referí a “vientos de cambios” y es probable que éstos hayan llegado. Cada día son más los que se sienten alentados a escapar al paraíso virtual que propone la banda.
Una experiencia “humana”. La larga espera valió la pena. Es reconfortante volver a casa con al menos una pequeña parte tu alma iluminada. Black Dice lo hizo, y basándose en bizarros sonidos e imágenes. Cuando los gestos valen mas que mil palabras...
Iván Daguer
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