Sunday, April 11, 2004

Black Dice. Ráfagas de felicidad interminable o, por suerte, las cosas nunca serán iguales

La música de Black Dice circula en un espacio utópico. Un Shangri-La hecho de trémolos y delays. Importa el gesto: el sonido de las olas rompiendo contra la playa en seis minutos finales de una “felicidad interminable” (“Endless Happiness”); la estasis de “Big Drop”, suspendida en algún improbable lugar sin tiempo; o el llanto del bebé convertido en grito de agonía en “Things Will Never Be the Same”, alusión clara a las consecuencias de la infancia perdida.
Una utopía madurada en la nostalgia. Por eso las percusiones tribales, las voces inarticuladas que hablan una lengua sin nombre, la contradicción adueñándose de un universo plagado de dilaciones y repeticiones: flautas que no son tales pero lo parecen, crescendos que explotan en súbitos arranques de furia eléctrica, ruidos armónicos, similares a una sinfonía marina.
Música huidiza, de difícil aprehensión pero inmensamente recompensante. Y un largo camino recorrido. Pasaron seis años desde sus inicios punk en Providence, con influencias del hardcore californiano e intercambio de energía y de miembros con los locales Lightning Bolt. Su nuevo hogar en Brooklyn los encuentra sumergidos en la abstracción orgánica de este Beaches and Canyons, su primer larga duración.
Ya Cold Hands, un EP anterior, anticipaba algunos rasgos de madurez. En particular el tema homónimo, un punteo artesanal de cuerdas con indefinibles ruidos de fondo. “Smile Friends” y “The Raven” permanecían en cambio demasiado ligados al sonido tradicional de la Costa Oeste: ráfagas de electricidad acoplada, gritos incontinentes y azotes percusivos sin finalidad aparente. “Birthstone”, por último, remitía a un ejercicio vacilante con el drone y la materialidad cruda del feedback.
Con Beaches and Canyons el cuarteto alcanza su mayoría de edad. Justo cuando descubren que, en lugar de apocalíptico, el ruido puede ser sublime. Que las grabaciones de campo, los loops de cintas, los pedales digitales y las cápsulas electrónicas sirven también para arropar estructuras melódicas anómalas.
El rango extremo del rock neoyorquino goza hoy de muy buena salud. Sightings, Double Leopards, Animal Collective. Grupos que renuevan el noise de maneras inéditas. No como una religión sino como un mecanismo rarefacto que los distingue de la ramplonería del entorno. Pero aún con sus méritos indudables, ninguno alcanza el grado de articulación de Black Dice. Esa capacidad inherente para apresar el instante escurridizo que recuerda a los japoneses de Taj Mahal Travellers improvisando en alguna incierta localidad iraní. O a las imágenes pintadas a mano de un cineasta como Stan Brakhage.
Se trata en definitiva de una cuestión de contexto. Hay un significado explícito en eso de grabar seis minutos de olas desde el corazón urbano del mundo. En un país adormecido por la retórica violenta de la extrema derecha, otro gesto más elocuente que mil palabras. Estos son días donde la abstracción comunica más que los discursos. Y donde los sonidos imaginan una sociedad futura que desmiente el autismo de la sociedad presente.
Mientras tanto, Black Dice sigue imperturbable su camino. Acaban de editar un nuevo EP titulado Miles of Smiles.

Norberto Cambiasso

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