Por Gianni Vattimo
Ahora la guerra de Irak, y de Palestina, y de Afganistán, se ha vuelto verdaderamente infinita, como Bush había profetizado, y deseado, desde un comienzo. Las escenas de tortura que se fijaron en tantas fotos que ahora vemos publicadas tendrán el efecto que las imágenes de los campos de exterminio descubiertos en abril de 1945 tuvieron sobre la opinión pública del mundo de entonces. Con un ejército que perpetra estos delitos no hay pacificación posible, o no hasta que los jerarcas de la potencia ocupante no sean procesados en un nuevo Nüremberg.
Hasta ese momento, la guerra no habrá finalizado, nadie creerá que ese ejército torturador y sus superiores, incluido su máximo líder, puedan restablecer la paz en Irak, y menos promover allí una democracia. No es una evaluación ideológica, es un dato de hecho; sólo unos medios -como los nuestros, aquí en el Occidente “civilizado”- archimanipulados y narcotizados, contrariados por tener que despertarse ante las fotos, pueden todavía fiarse de una dirigencia política como la norteamericana. Una dirigencia que ya hace meses sabía lo que estaba ocurriendo en las cárceles iraquíes, pero que no apartó de su cargo a ninguno de los superiores de los cuales todo dependía.
La fábula de la exportación de la democracia, ya poco creíble por los bombardeos que debían inaugurarla, se revela en toda su trágica obscenidad. ¿Que sentido tiene ahora esperar a que el 30 de junio los norteamericanos traspasen en Irak el poder a un gobierno “democrático”, por medio de los buenos oficios de la ONU? Permanecer en Irak bajo estas condiciones un solo minuto más significa colaborar con los torturadores para que continúen su obra, o ayudarlos a defenderse de la sacrosanta venganza popular. Existe un solo modo decente de permanecer en Irak: hacer de nuestros militares el núcleo de una brigada europea que auxilie a los iraquíes a expulsar a los invasores anglo-norteamericanos. Existe en cuanto a esto un importante precedente: el ejército italiano ya lo ha hecho antes --también antes de que lo ordenase su majestad el rey--, y lo ha hecho muy bien (en 1943, contra Mussolini, n. del t.).
Ninguna fuga cobarde, como recrimina el superhalcón italiano Giuliano Ferrara cuando habla de una Europa acomodaticia, timorata, carente de convicciones y lealtades. Digámoslo de una vez por todas: no tenemos miedo de combatir, y tampoco somos los abanderados de la no violencia a toda costa; en una guerra de defensa y liberación, busquemos al menos respetar la convención de Ginebra, que el Occidente “democrático” se la pasa por los pies, orgulloso de que algún periodista curioso se arriesgue después a violar el pacto de silencio del Pentágono y publique las fotos. Europa es y será timorata y acomodaticia sólo si continúa esforzándose en creer que sus intereses son los mismos que los del Occidente “norteamerikano”, y continúe manteniendo la posición ni fría ni caliente que se le concede a Italia en la coalición de voluntariosos aliados de Bush y Blair.
Sí, seremos tibios porque no creemos en eso, porque los pueblos de la vieja Europa no creen para nada en la guerra de Bush, y nos arrastramos como tantos triciclos que estorban el tránsito de las calles de la política italiana. El Occidente de la coalición, que permanece allí con reluctancia acomodaticia, no es el de Europa; más bien se muestra como el verdadero enemigo de la paz, incluso de los valores europeos a los que está ligada nuestra civilización. Reconocer el verdadero enemigo es la primera condición para escapar de la inercia cobarde. ¿Giuliano Ferrara estará de acuerdo?
(Traducción del italiano: Sergio Di Nucci)
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