La cursilería que tanto divierte fue durante más de un largo siglo la única sensibilidad aceptablemente distribuida, y la repartición se llevó a cabo a través de la prosa periodística, los discursos y sermones, la canción romántica y su repetición con los ojos bien cerrados. Sin esta última exaltación versificable, la vida cultural hubiese sido aún más pobre, sin artistas alojados sin remedio en las madrugadas de la inspiración. El panorama de la canción pop está dominado (en Argentina, en Europa, en los Estados Unidos), por lo caótico y controversial. Muchos grupos apelan al repertorio convincente de tragedias personales, otros se alojan en la ironía para evitar la confrontación con sus propias e indeclinables brutalidades. El nuevo disco de los argentinos Voltura, Il Cuore Tedesco, comparte con el llamado nuevo pop argentino por lo menos dos características. La profusión de ritmos que una vez culminados resultan inextinguibles de nuestras cabezas y cierta delicada melancolía en las letras. Esto último es todavía más llamativo en ellos, porque su decálogo de canciones no es ni irónico ni admonitorio, como parece ser otro de las dimensiones, algo más falaces, de ese nuevo pop nacional cuya bandera parece ser siempre la sofisticación. ¿Qué le propone Voltura a su público? Lo que ciertamente no pueden darle Miranda ni Leo García ni Entre Ríos. Mucho menos, por supuesto, Turf o Babasónicos. Es curioso que estas bandas tropiecen –como si los autores fueran pequeños de 6 años- con el lenguaje castellano, que no se encuentre en sus discos un solo verso que convenza, que nos entristezca o nos entusiasme.
Por oposición, Voltura ofrece lo que el título de su último CD indica, canciones del corazón, en la tradición del pop hiriente y filoso, sin meditaciones prolongadas en la torpeza ni en las comodidades y puerilidades de un Pergolini o Pettinato. Apenas cinco temas presentan, y con ellos arriban a la singularización de los actos nimios, a la celebración que prodiga manías y caprichos, y que regresan como una fuente grata de idolatría. Sin declaraciones ingeniosas ni audaces, sin el apoyo mitológico de la parranda, de la maledicencia o del bolero devenido burla, Voltura desplaza las fantasías producidas en serie. Y protegible, vulnerable y expresivo, este CD es una cortesía de la realidad.
Javier Larraín
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