Friday, July 16, 2004
Michael Moore: amigo americano
En los primeros tres años de la administración Bush, la Casa Blanca sorprendió a la Norteamérica liberal y progresista. El partido Demócrata no podía prever un "conservadurismo compasivo", ni que éste se arrojara tan decididamente a una cruzada por la reducción radical de los impuestos. Luego del 11 de Septiembre, sólo un presidente norteamericano superó la popularidad de la cual gozó George Bush por casi cuatro meses. Pero todo el escenario parece haber vuelto hoy a duplicar los años progresistas de los años 90s norteamericanos. Los Demócratas arremeten en el Congreso, las librerías se colman de libros de denuncia anti-Bush, John Kerry gana más electores y George Soros derrama millones de dólares en grupos de presión e instituciones educativas de acentuado humor demócrata. La contra insurgencia progresista norteamericana tiene incluso hoy a su propio Che Guevara: un cineasta y, sobre todo, autor de dilatados libros de denuncia, quien no parece encontrar ningún tipo de contradicción entre sus prédicas de izquierda y el mundo de entertainment norteamericano. Por estos días, Michael Moore es omnipresente en la Argentina: Michael Moore en los kioscos, Michael Moore en los cines, Michael Moore ¡en los noticieros televisivos!
¿Qué se le encuentra a este hombre? Lo que le encuentran los argentinos a tantos otros. Es más, Moore parece un escritor argentino cien por ciento. En su último film, en sus dos libros está todo junto: el análisis prêt-à-porter, la indignación simplificadora, la conmoción y la auto-solución, las denuncias adobadas de semi verdades. Su método es siempre insinuar, nunca es asertivo: la guerra de Irak fue un truco, Norteamérica es un país perdido por los conservadores, Bush es el texano bruto que dice haber leído a Sócrates...
Por cierto, Moore en la Argentina es el Guevara de las clases medias. La que adquiere sus libros, la que va al cine a aplaudir su "documental", la que ya antes de verlo, está convencidísima de lo que va a ver. Pero a no entrar en pánico. Para el resto de la izquierda nacional –sea peronista o piquetera o trotskista o comunista-, para la Argentina profunda, para los penosos exponentes de la derecha televisiva y radial (y los taxistas) Moore es otro sujeto ñoño entrado en carnes, un Mempo Giardinelli, un Alfredo Leuco, acaso un Jorge Lanata un poco más pesado y tonto.
Michael Moore es parte del diverso y a veces divertido gremio de ruidosos y enfurecidos oradores que brindan tajantes explicaciones de los males del presente. Si hoy no hay un Menem (o sí, insólitamente, todavía sí), las tintas irán cargadas contra el Sistema. Y por qué no, contra Estados Unidos (como si el capitalismo francés fuera más benévolo). Las clases medias argentinas (los íconos televisivos, los circuitos artísticos oficiales o alternativos, los estudiantes de humanidades y los psicoanalistas), encargadas de presentarse como la niña reiteradamente violada, no podía quedar ajena al fenómeno Moore. En este sentido, Michael Moore amigo americano.
Sebastián Spika
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