John Luther Adams
The Light That Fills the World. Cold Blue
In The White Silence. New World Records
En los últimos tiempos pude enterarme del interés que algunos compositores tienen en el color blanco. El artista sonoro belga Paul Timmermans fue influido por las pinturas blancas de Eric Fourez como materia de estudio para sus obras. Y el español Francisco López editó un DVD reciente con imágenes en distintos matices de blanco que mutan junto a sonidos casi inaudibles, manteniéndose fiel a su prolongado interés en la pintura de Robert Ryman. En John Luther Adams hay un interés por el color blanco, basado en una forma extendida de sonoridad diatónica, que trasciende el efecto físico del sonido y se remonta a su vida establecida en Alaska desde hace más de veinte años. Compositor dueño de un lenguaje altamente personal y sensible, Adams ha elaborado una visión musical en la que el color y el espacio están ligados con gran coherencia. En artículos y entrevistas, Adams ha dejado claro su interés en los paisajes árticos, en la modificación del ambiente según los cambios en las horas diarias de luz, y en el estudio del uso del color en ciertos artistas visuales. Su música tiene un carácter de reposo, de inmersión meditativa en un paisaje del "frío norte". Tiene el carácter de la quietud, del silencio, así como de un sereno movimiento perpetuo. Es una música lineal, abstracta y textural a la vez, que remite a imágenes de inmensos paisajes helados.
John Luther Adams suele tomarse largos períodos para decidir los materiales y la forma de sus obras. Este proceso meditativo y de evolución gradual tiene algunas particularidades exhibidas en estos CDs. En The Light That Fills the World, grabado por el notable sello Cold Blue, aparece una adaptación de sus principios compositivos, habitualmente desarrollados en orquestas o grandes grupos instrumentales, llevados al formato de grupo de cámara. Un ensamble que incluye clarinete bajo, piano, placas, teclado, violín y contrabajo, es el vehículo más austero para interpretar algunas de sus recientes obras escritas entre 1998 y 2001. "The Farthest Place" es una delicada textura compuesta por numerosas capas sonoras que varían en suavidad o sonidos pulsátiles dados por el piano y el vibráfono. La variedad de elementos es mayor en "The Light That Fills the World", en que el proceso incluye frecuencias de ambos extremos agudo y grave. Los instrumentos parecen fundirse en un juego de luces y sombras consistente en líneas que se mueven a diferente tiempo, una cualidad que contribuye a una serie de ilusiones aurales capaces de diluír mágicamente (tal como gran parte de la música de Adams) nuestro sentido del tiempo. Las piezas precedentes muestran en una escala reducida los principios compositivos de Adams, de hecho, hasta son obras cercanas a los diez minutos. Es diferente el caso en "The Immeasurable Space of Tones", en la que los conceptos sonoros requieren otra vez de mayores duraciones. En casi media hora, la obra vuelve a señalar de modo poético uno de los principios subyacentes en la estética de Adams: es necesario hundirse en la resonancia y en los slow motion gestures para poder apreciar la plenitud del color del sonido. La aparición de largas notas forman secciones de acordes que se modifican lentamente, tal como las nubes con el viento. La alternancia de registros genera una suerte de tejido luminoso en el que podemos apreciar la sucesión de líneas que a su vez tienen diferentes intensidades y ocultamientos. El tiempo como un continuo flujo de gestos sonoros sencillos pero consistentes.
La idea de obra a gran escala y de extensión temporal de procesos audibles se pone de manifiesto con más fuerza en el CD de New World. Sin dudas, Adams ha contribuido de modo personal a la ya tradicional Recorded Anthology of American Music series con In The White Silence. Se trata de una composición escrita en 1998 en memoria de la madre del compositor y que en cierto modo lleva al extremo el desarrollo de ideas ya mostradas en obras previas como Dream In White on White (1992). Bajo la superficie de capas diatónicas, Adams utiliza una serie de recursos y gestos sometidos a formas muy sutiles de variaciones, transiciones y contrastes. Aún sin disponer de la partitura, podemos advertir que el mundo sonoro de líneas y nubes armónicas se encuentra enriquecido por pequeños fragmentos melódicos y juegos tímbricos dispuestos en diferentes instrumentos a la manera de una cálida klangfarbenmelodie. Bajo su aspecto austero, la obra impresiona por su gran complejidad. Los movimientos lineales lentos generan melodías virtuales, al tiempo que otras secciones muestran movimientos más convencionales de fragmentos melódicos en las cuerdas punteadas y en la celesta. La música se organiza por secciones de ritmos más evidentes y otras en las que la sensación de pulso (más como una resonancia interna que como ritmo) es producto de un cuidadoso juego de timbres y líneas métricamente distintas. Esta sensación bien podría remitir a un extraño y sutil reloj cuya maquinaria responde a diversos procesos y materiales.
Como casi siempre con la música de Adams, las sonoridades son luminosas, los planos transcurren sutilmente y se aprecia, aún en un CD, un profundo sentido de la espacialidad. Tal como los paisajes descritos por el compositor en muchos de sus escritos, In The White Silence es una música que trata de la inmensidad. No sólo por sus proporciones – larga duración, gran ensamble instrumental – sino por explorar la percepción del tiempo al punto de convertirse en una experiencia más allá de lo físico. Por supuesto, algunos pondrán énfasis en el proceso compositivo o en el efecto puramente físico de la resonancia. Pero al adentrarnos en el mundo sonoro y conceptual de John Luther Adams, tanto en su evolución como en sus numerosos escritos veremos una preocupación mucho más abarcativa que la composición como un ejercicio de lógica. Tal como él mismo expresa, " I aspire to music that is both rigorous in thought and sensuous in sound ". Una frase que se suma a su historia como ambientalista y a su interés en desarrollar una música plena de colores, de todos los colores, que incluye el paso de la luz a través de un prisma. La atemporalidad que percibimos al contemplar un vasto paisaje puede basarse en su aspecto físico así como en una experiencia introspectiva, con referencias tan personales como cada observador. Ese juego de abstracción y contemplación parece ser inherente al lenguaje musical de John Luther Adams, un lenguaje que bien podría oscilar entre lo físico y lo trascendente en su aspecto más íntimo y austero. Un mundo que personalmente encuentro ligado al camino de los trascendentalistas norteamericanos y a muchos de los llamados "maverick composers". Un mundo sonoro de encantamiento en que la composición contemporánea no teme acercarse a la belleza.
Daniel Varela
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